Sergio González Levet / Pepe Murat Casab es un fiel representante de los políticos priistas al uso que dominaron la escena en las décadas postrimeras de la dictadura perfecta. Encantador, suficiente, astuto, cumple el modelo del self made man paradigmático que dominó en las últimas carreras hacia el poder de la cuadra tricolor. Por eso podríamos considerarlo como un Fidel Herrera Beltrán oaxaqueño, igual que podríamos decir que Fidel sería un Pepe Murat veracruzano.
Uno y otro son los más acabados representantes de la picaresca política mexicana, que alcanzaron a subir y bajar en la escala de Jacob sustentados en un ingenio y un atrevimiento similares a los personajes estrambóticos de las novelas del Siglo de Oro, pero también en una inteligencia y un conocimiento comparables a los de los escritores que imaginaron esas obras magníficas.
Une a Murat y a Fidel también el deseo preclaro de trascender por la vía de su descendencia. El primero consiguió ver a su hijo Alejandro como Gobernador y el segundo no pierde la esperanza de ver a su retoño consentido, a Javier, colocado en el primer sitial jarocho.
Alejandro Murat Hinojosa gobernó Oaxaca del 1º de diciembre de 2016 al 30 de noviembre de 2022. Tomó protesta como tal a la temprana edad de 41 años y por eso a cuatro meses de que entregó el cargo es un hombre joven, con la energía sobrada para intentar que su carrera continúe hacia arriba o hacia donde sea.
En estos días anduvo por tierras veracruzanas con el propósito de darse a conocer como aspirante a ser el candidato de su partido, el Revolucionario Institucional, primero y después de la coalición Va por México para la Presidencia de la República en 2024. Y en tal objetivo se reunió con los miembros del grupo de los Diez, y arrostró con suficiencia el arduo puente de las preguntas incisivas que suelen formular esos experimentados reporteros veracruzanos.
Nos contó que pretende ser el candidato presidencial porque fue un gobernante que hizo cosas buenas por su estado, que terminó su sexenio con altos grados de aceptación ciudadana y que eso le vale para mantener la imagen de un político capaz y eficiente, como el que podrían considerar los electores mexicanos para relevar al morenismo que tanta decepción ha generado.
Él está convencido de que podría ganar la interna de su partido y que podría competir con buenas expectativas en una elección abierta de los partidos que componen la coalición opositora.
Hace sus cuentas y ve que hay 60 millones de ciudadanos indecisos que han alimentado el abstencionismo productor de minorías que terminan disponiendo el futuro del país. Alejandro está seguro de que con una campaña a modo podría convencer y sacar de sus casas a los jóvenes, a las mujeres, a los vacilantes, para que vayan a las urnas el primer domingo de junio del año entrante y eviten la formación de una nueva dictadura perfecta.
Ahí va en su sueño, y nos dice que seguirá recorriendo el país, platicando con los medios de comunicación, convenciendo a los militantes de su partido -que por ahora están soterrados, pero siguen fieles-, llevando su mensaje a los ciudadanos que no participaron.
Asegura que los va a persuadir a todos… y dan ganas de creerle.