Jorge Flores Martínez / No puedo creer en las grandes transformaciones de un solo hombre. Siempre he desconfiado en las promesas de redención y esperanza del paraíso. No hay forma que eso sea posible, la voluntad de una sola persona no alcanza para mucho, aun cuando esta voluntad sea compartida por millones.
Es por lo anterior que me sorprende que muchos que conozco sigan y crean que transformar un país tan extraordinariamente complejo como México sea posible con solo la voluntad y visión de un solo hombre. Me parece un acto de creencia y esperanza más religioso que racional. Está muy cerca de la devoción y el dogma teológico para ser posible.
Hace unos días tuve la oportunidad de ser sinodal en un examen profesional, nada en especial, bastante ordinario y regular. El examen se desarrolló normalmente, al final se les tomó protesta y el director nos pidió unas palabras para los muchachos. Yo observé que era un joven y una jovencita, él iba acompañado por su pareja y ella por su madre.
Recordé mi examen profesional hace ya muchos años, solo que ahora era una jovencita y su madre. Mis palabras se dirigieron a la mamá, le dije que conocía el esfuerzo y el orgullo que significaba que su hija se titulara, la mamá me vio y pude ver una lágrima en sus ojos.
Cuando salí del Aula Magna pensé que todo eso de la cuarta transformación era una tomada de pelo, las verdaderas y más grandes transformaciones son siempre actos simples y sencillos, como una jovencita titulándose en su examen profesional. No se necesita un redentor, no hay promesas de nada, solo es la simple y sencilla voluntad de una persona en querer algo mejor en su vida.
Yo prefiero las transformaciones sin transformadores, esas pequeñas y casi insignificantes transformaciones que desmantelan enormes estructuras pieza por pieza y al mismo tiempo van construyendo otras mejores. Esas donde una madre con su esfuerzo lleva a su hija a su examen profesional con la única promesa que su esfuerzo y dedicación les cambiará la vida.
Las prefiero porque las motiva solo el deseo personal de mejorar, y que, al ser millones y millones de transformaciones, son capaces de mover sociedades y países enteros. Me gustan porque no necesitan redentores que las dirijan y obliguen, y por supuesto que las prefiero porque son insignificantes y al mismo tiempo trascendentales.
Eso no lo soportan los redentores de la transformación, ellos quieren dirigir el cambio, transformar lo que les ofende y molesta, cambiar y obligar el agradecimiento del transformado. Solo transformar lo que quieren transformar, lo demás que permanezca. Por eso se suman millones a la voluntad del redentor, comparten agravios y resentimientos, la sociedad no les ha dado el reconocimiento que merecen, por eso desean transformar la sociedad por una que si los reconozca.
No quieren una cuarta ni quinta o sexta transformación, lo único que los motiva es que lo que se transforme sea suficiente para que ellos sean reconocidos como salvadores de la nación.
Lo demás es lo de menos.
Las más grandes y profundas transformaciones de la humanidad iniciaron con un acto insignificante. Las transformaciones obligadas, por el contrario, siempre inician espectacularmente y terminan como una gran tragedia.
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