Jorge Flores Martínez / En este curso en la escuela de arquitectura lo que intentamos fue realizar programas arquitectónicos que fueran inclusivos. Parecía fácil, determinar cómo hacer que una escuela, clínica o terminal de autobuses fueran inclusivos e incluyentes.
Los muchachos me presentaron una serie de propuestas, todas sobre géneros y diversidad sexual. La inclusión se reducía a su aspecto más sencillo: baños para hombres, mujeres, homosexuales, transexuales, bisexuales, fluidos o lo que gusten y manden.
Le dimos muchas vueltas, como arquitectos nos parecía que algo no estaba bien, la inclusión debe ser, perdonen la redundancia, más incluyente. No solo son baños y diversidad sexual, creo que el tema es mucho más interesante y profundo.
Justo en esos días un catedrático de la facultad de Derecho propuso a los alumnos asistir a clases con falda, decía en entrevista a medios: “Es momento de sentirnos orgullosos de promover los derechos de las personas, de hablar de inclusión, de las mujeres, de la comunidad LGBT+.
El tema de la falda lo comentamos en el salón, uno de los alumnos apuntó que no solo debía verse desde la perspectiva de la diversidad sexual, también era importante incluir a personas con deficiencias físicas, ciegos, discapacitados en silla de ruedas o sordos. El apunte del alumno me pareció de la mayor relevancia, esto ampliaba los alcances de la inclusión desde la perspectiva arquitectónica. No solo son baños, se trata de hacer arquitectura para todos.
Otro alumno, en la clase de Demografía Prospectiva, me comentó que nuestro país está envejeciendo rápidamente y nuestra aportación como arquitectos es muy pobre. En México no contamos con infraestructura adecuada para personas de la tercera edad.
Las siguientes clases concluimos que la inclusión, por lo menos para los arquitectos, se debe de tratar como un tema mucho más amplio y complejo. Es incluir al viejo, ciego, discapacitado físico, personas con trastornos de desarrollo intelectual y, por supuesto, todas las diversidades sexuales.
Al final, el curso se enriqueció, la inclusión es mucho más que un género o preferencia sexual, después de todo, si solo lo atendemos así, el tema se reduce a baños para cada uno de los géneros posibles, si ampliamos los alcances de la inclusión, nos encontramos con nosotros mismos, no podemos olvidar que en algún momento de nuestras vidas es posible que no estemos incluidos por viejos, discapacitados, ciegos o por nuestro color de piel, creencia o posición económica.
A mi amigo solo le puedo decir que no lo acompaño a ponerme una falda, tengo piernas muy feas, pero definitivamente me sumo a la reflexión que provoca. Vamos a pensar en inclusión, vamos a incluir a los que no están incluidos.
Pensemos en nuestras ciudades como si fuéramos personas de la tercera edad o con alguna discapacidad física o visual. La gigantesca barrera que puede ser un simple escalón, señalamientos imposibles de leer o un transporte público que requiere la condición de atletas de alto rendimiento.
Durante la pandemia se complicó mucho la vida para las personas mayores, pocas oficinas públicas o privadas tenían protocolos para su atención. Con mi madre intentamos establecer protocolos mínimos de atención a personas de la tercera edad, llegábamos a las oficinas o dependencias, la cola era en el exterior, a pleno sol y de pie, yo entraba y le explicaba al empleado que mi madre era una persona mayor y que no le era posible estar en el exterior al sol y de pie, que le permitiera pasar a dentro y tomar algún asiento.
Debo decir que la mayoría entendió, solo unos pocos mentecatos no comprendieron el tema, me decían que eran las indicaciones que habían recibido, que si mi madre quería atención, hiciera la cola como todos los demás.
Todo esto lo comentamos con jóvenes en clase porque un catedrático provocó una reflexión importante, vamos a promover los derechos de las personas, de hablar de inclusión… La vestimenta no tiene género, es una construcción social”.
Perfecto, me sumo, pero además de la falda, seamos consientes de las barreras que enfrentan los discapacitados, lo complicado que es la tecnología para nuestros viejos, lo imposible que es “ver” nuestro mundo a los ciegos.
Por no hablar de lo difícil que es ser mujer, indígena y pobre, o el estigma del color de piel en nuestro país o profesar otra religión.
Los invito a ponerse una falda, o taparse los ojos, o ayudar a un anciano, o procurar a una persona con alguna discapacidad o tratar con dignidad a todos sin importar su apariencia, creencia o posición económica o su género.
Yo lo voy a intentar, me comprometo.
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