Marcelino García Barragán, entonces secretario de la Defensa, se quiso hacer responsable de esa represión y un día, cínicamente lo confesó: «El comandante responsable soy yo». Con ello trató de encubrir al verdadero criminal, un sujeto lleno de complejos, que sólo conocía la fuerza, porque la razón le quitaba el sueño: Gustavo Díaz Ordaz. Por eso el 2 de octubre no es una fecha más.
Es el recuerdo de decenas de muertos, miles de balas, miles de golpes, de gases lacrimógenos; es el recuerdo del odio de un presidente que pensó que la historia lo iba a exonerar. A pesar de ello México no quiere entender que «aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla». Ya se repitió en Ayotzinapa, ¿cuántas lecciones más nos debe dar la historia para que entendamos.