“Muera la corrupción!, ¡Muera el clasismo!, ¡Muera el racismo”, gritó López Obrador. ¡Cuidado! Pudo haber caído fulminado
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Señala la máxima bíblica, “la persona fiel en lo mínimo es fiel también en lo mucho, y la persona injusta en lo mínimo es injusta también en lo mucho”. Por ello no se necesita enumerar un gran número de actos de corrupción para probar que en el gobierno de López Obrador hay corrupción. Basta con recordar los sobres de dinero que David León entregó a Pío López Obrador y después a Martín López Obrador; baste con recordar la Casa Gris de José Ramón López Beltrán que le diera la empresa Baker Hughes, empresa que a la fecha ha resultado muy beneficiada en contratos con PEMEX; quizá habría que añadir que los contratistas de la inacabada refinería de Dos Bocas son palomeados por el esposo de Rocío Nahle, y por ello una refinería que costaría 8 mil millones de dólares, nos costará el triple.
Y si nos vamos más atrás, hasta la liberación de Ovidio Guzmán, el hijo del Chapo Guzmán, también es un acto de corrupción. Ejemplos de corrupción en el gobierno de López Obrador sobran, pero ya quedamos que no es necesario poner todos, pues parafraseando la máxima bíblica podemos asegurar que “el que es corrupto en lo mínimo, es corrupto en lo mucho”.
Por ello el presidente de México no debería gritar el 15 de septiembre: “Muera la corrupción!, ¡Muera el clasismo!, ¡Muera el racismo”. No debería hacerlo pues en una de esas el señor cae fulminado.