Sergio González Levet / Al igual que todos quienes han ejercido el poder, los morenos piensan ahora que son y serán perpetuos; que López Obrador persistirá ante la eternidad, con todos los días levantándose temprano para ir soltar sus muinas y sus demonios en las mañaneras; que Cuitláhuac terminará por fin de aprender… a bailar salsa como se debe (Domingo dixit).
Piensan quienes ahora ostentan o detentan el poder nacional, las decenas de estatales, los miles de municipales, que los 30 millones de votos favorables serán sempiternos y que saldrán cada seis años a refrendar que el Patriarca debe seguir al frente del Gobierno (no de las instituciones, porque creen que terminarán por desaparecerlas) y que sus encuestas cuchareadas terminarán por convertirse en una realidad tan prístina y mentirosa como lo fue el sufragio efectivo de los priistas.
Pero no, el padre Cronos es tan implacable que acaba con los amores perennes, con la vida de los inmortales, con los reinos de mil años, como el que quería Adolfo Hitler, tan admirado por el Patriarca (y son sus propias palabras, hechas públicas en su cotidiano show tempranero, antes de que me acusen de inventar cosas).
Han pasado los días y las semanas y los meses y los años, y estamos llegando a la época en que se pueden empezar a contar en lo regresivo, porque ya se ve al final del túnel la luz de la renovación de poderes, y nadie sabe lo que sucederá en junio de 2024.
Los números son iguales para el Gobierno de la República y para el estatal, por la salvedad de que AMLO dejará el poder el 1º de septiembre dentro de dos años, tres meses antes que Cuitláhuac García en Veracruz.
Así que para el mandatario veracruzano, si contamos a partir de este 1º de agosto de 2022, las cuentas de lo que falta son las siguientes:
Le quedan a la administración estatal 2 años y 4 meses.
Son exactamente 852 días que serán un suspiro para quienes gozan las mieles del presupuesto y un suplicio aparentemente eterno para quienes han sido satanizados como “adversarios” por los rijosos morenos; como “conservadores” por los cerrados fanáticos de la izquierda aparente; como “fifís” por los vulgares chairos; como “chayoteros” por los texto-servidores del régimen, que cobran en migajas por su dignidad.
Son 120 semanas, con sus correspondientes san lunes de ¿rendir? cuentas al pueblo y sus 134 sacrosantos sabadabas para ir a mover el bote al mejor ritmo del son y el güiro.
Esas 852 jornadas representan 20,448 horas, de las que pocas serán de trabajo, mucho menos las de resultados y muchas para desaprovechar la fabulosa oportunidad de quedarse callados. Y son 1 millón 226,880 mil minutos que podrían cambiar cada uno la vida de algún veracruzano necesitado, pero no servirán para eso.
El tiempo se va de las manos y los segundos corren inexorables. El poder se acaba, y solamente queda la miserable cifra de 73 millones 612,800 segundos, que se irán rodando porque quieren.
Ahí se los iremos contando/recordando a Cuitláhuac y su equipo y sus cuates.
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