Industria para matar

Industria armamentista FOTO: MAURICIO DUEÑAS/EFE
- en Opinión

Fernando Padilla Farfán / La industria armamentista es un negocio de alcances mundiales. Consiste en la fabricación de armas, tecnología y equipos militares. También incluye la investigación, desarrollo, producción y servicio de equipos para instalaciones estratégicas. Desde hace muchos años la industria armamentista ha estado vinculada al interés de las guerras; incluso, tienen toda una estructura de experimentados cabilderos para convencer a los gobiernos que compren sus productos.

Un combate entre naciones es la oportunidad para las empresas bélicas de ofrecer a los gobiernos en pugna armas con el último grito de la tecnología. Los catálogos de esas empresas, las más grandes, incluyen misiles de largo y corto alcance; aeronaves, porta aviones, submarinos y toda la amplia gama de vehículos utilizados en tierra.

Cada vez las armas son más mortíferas, más precisas y más rápidas. Los gobiernos de los países más poderosos de la tierra tienen la idea de que estar fuertemente armados les da cierto nivel de paz y predominio. Nadie ataca a un país con superioridad bélica sin imaginarse las consecuencias.

Se ha hablado que, a partir de las enseñanzas de la Segunda Guerra Mundial, algunas potencias crean conflictos entre naciones para poner a prueba el armamento adquirido.

El negocio de la industria bélica cuenta con el apoyo político y económico de los gobiernos más poderosos del mundo. Las expectativas de la industria bélica se sustentan en los ambientes de inestabilidad y de los conflictos armados.

Ahora, la industria de la guerra goza de más poder que antes. En el cóctel de su éxito se mezclan los nuevos conflictos entre Rusia y Ucrania.

Las carreras armamentísticas en Asia –la región alberga seis de los diez mayores importadores de armamento–, han conseguido un mayor apoyo político por parte de las potencias occidentales y la disminución de barreras legales y políticas que antaño restringían la venta de armas a países enemigos.

Para poner en perspectiva esta realidad, un dato: la estadounidense Lockheed Martin, el mayor fabricante mundial de armamento, ingresa cada año más de 34.000 millones de euros, cifra superior al PIB de 97 países y cinco veces el presupuesto de Naciones Unidas para misiones de paz. Hoy, la venta de armas vuelve a ser uno de los negocios más rentables y prometedores tras haber dejado atrás el pequeño bache con el que tropezó en 2012: una caída del 1,9 % del gasto militar mundial, el primer retroceso desde la caída de la URSS que puso fin a la Guerra Fría. En medio del secretismo del que goza esta industria, los ejecutivos de la guerra emprendieron una silenciosa campaña estratégica para devolver el vigor a un mercado acostumbrado a crecer, incluso en medio de la peor crisis económica que ha vivido el planeta desde el crack de 1929 y la II Guerra Mundial.

En una guerra las únicas que ganan son las vendedoras de armas.

El sector armamentístico es especial. Se rige por normas diferentes a las de las demás industrias. Los fabricantes de armas son entidades privadas, aunque algunas cuentan con participación estatal, que venden casi la totalidad de su producción a gobiernos de todo el mundo. Estas corporaciones operan de la mano del Estado a la hora de diseñar y exportar armamento, puesto que es el erario público el que financia la mayor parte de los proyectos de innovación militar que dan lugar a tecnologías cada vez más letales. Se trata de un negocio redondo en el que el dinero público sirve, al mismo tiempo

para financiar el diseño y la compra de aviones, fragatas, fusiles y tanques.

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