Sergio González Levet / Decía en el arranque del “Sin tacto” de ayer que en “los años posteriores al Movimiento del 68, muchos de los afines pusieron de moda tildar de ‘fascista’ a cualquier persona que no fuera políticamente correcta o cometiera un error de apreciación sobre los nuevos tiempos que corrían.”
Ahora la moda es tachar graciosamente de “traidor a la patria” a todo aquel que se atreva a cometer el error de no estar de acuerdo con los postulados de la Cuarta Transformación y con los planteamientos, los proyectos y hasta las ocurrencias del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Que si alguien no considera a AMLO el mejor presidente de la historia de México, en competencia parejera con don Benito Juárez: “Traidor a la patria”.
Que si alguno se atreve a decir o insinuar siquiera que el actual Gobierno de la República y los estatales y municipales que tienen titulares emanados del partido MNR (disfrazado de Morena, un pretendido movimiento popular que vive como partido político, participa en elecciones como partido político, recibe prerrogativas como partido político, ¡y grazna como ganso!): “Traidor a la patria”.
Que si un representante popular no vota a favor de las iniciativas que manda el Presidente, o pretende cambiarles una coma: “Traidor a la patria”.
De tanto que lo han estado usando los peculiares dirigentes de la 4T, el anatema ha venido difuminando su potencia, y como sucedió con el término “fascista”, ahora cualquier hijo de vecino acusa a quien sea de “traidor a la patria”.
Esa invectiva no es nueva en la historia del país. Se utilizó mucho y con mayor razón en los tiempos en que cayó la dictadura del chacal Victoriano Huerta, quien al huir hacia España se llevó de corbata a muchos colaboradores, que tuvieron que
seguir también el camino del exilio y que fueron considerados como “traidores a la patria”.
¿Nombres? Van varios que fueron ilustres, y tanto que pudieron regresar a México con el paso de los años y terminaron rescatados por la historia nacional: Federico Gamboa, el autor de “Santa”; nuestro paisano Salvador Díaz Mirón, el poeta de la pluma violenta; el torero Rodolfo Gaona, que se mantuvo seis años fuera de las plazas mexicanas y de la nación, hasta que fue perdonado por Obregón y Calles; don Alfonso Reyes no fue muy cercano al dictador pero su hermano Rodolfo sí, y tuvo que salir del país por una temporada hasta que se calmaron las aguas.
Huerta tuvo una relación muy complicada con la prensa: a los periodistas los compraba o los mataba. En su primera reunión con los medios, a un mes de haber asesinado a Madero y Pino Suárez, les dijo lo siguiente, que mueve a la reflexión en los tiempos actuales:
“Deseo suplicarles y encarecerles, como representantes de la prensa, que es uno de los más grandes poderes sociales y por el cual tengo yo profundo respeto, se sirvan, de la manera más patriótica, ayudar a la pacificación del país. […] [Para ello, la prensa] necesita no buscarle dificultades al mismo Gobierno en su gestión, sino ilustrarlo en todo aquello que a su juicio sea conveniente, de un modo sereno. […] Creo que en estos momentos no conviene ocuparnos de asuntos políticos, si no es en apoyo de los propósitos de pacificación que abriga el Gobierno. Espero que la prensa ilustre al Gobierno de esa manera, y si no lo hace, eso querrá decir que no se ha penetrado de su alta misión en la sociedad. […] si el Gobierno no contara con la prensa, no podría conseguir la paz que tanto anhelamos todos nosotros. Espero contar con ella, y por su parte el Gobierno está resuelto a ayudar a la prensa, es decir, dándole amplia libertad.”
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