Armando Ortiz / Es algo para pensarse un poco. Hace casi dos mil años un hombre dio su vida en cambio por muchos.
Cuentan los Evangelios que Jesús, el hijo del hombre, no tenía pecado, que era el unigénito de Dios, que la razón por la que se había hecho hombre fue con el propósito de dar testimonio acerca de su padre y de redimir a la humanidad, atada ésta, a la maldición del pecado y de la muerte. Sus detractores hablan de la inutilidad de su sacrificio, porque desde entonces la humanidad ha seguido pecando y muriendo. De ahí muchos parten para calificar la historia de Jesús como un hecho ficticio. “Sí —dicen—, debió haber sido un gran revolucionario de su tiempo, un hombre ejemplar, un iluminado como muchos otros, pero nada más”. Sin embargo, la trascendencia que ha tenido su enseñanza es una muestra palpable de que no hay que tomar las cosas tan a la ligera. Jesús ha sido un dechado para muchas personas, aunque otros, los inicuos, han justificado sus atrocidades en el nombre de su doctrina.
Por ejemplo, la cristiandad ha caído en un descrédito que ha obligado a muchos a pensar que la doctrina cristiana es errónea. Las Cruzadas, la Inquisición, las consecuencias trágicas de la Reforma, la Conquista, el adoctrinamiento impuesto, las recientes guerras segregacionistas, la moralidad de los fieles, el clero y su tolerancia a la pederastia, sus vínculos con la política, todas estas circunstancias no han ayudado en nada a brindar una imagen positiva sobre el cristianismo. Sin embargo, en un análisis escrupuloso nos daremos cuenta de que la doctrina que seguían los cristianos primitivos condenaba cada una de estas actitudes y posturas. No ha sido el Cristo con sus enseñanzas, quien ha arruinado el prestigio de la cristiandad. La misma cristiandad ha tenido que pedir perdón por sus métodos, por su política, por su postura pasiva y por su complicidad, ante muchas de las atrocidades que se cometieron en el nombre de Dios.
Una de las cosas importantes que logró Cristo con su sacrificio fue proporcionar a la humanidad una línea de comunicación directa para obtener el perdón y la esperanza. Antes se debían realizar holocaustos y aun así, si el sacrificio era imperfecto nada garantizaba que la oración llegara a Dios. De acuerdo con la Biblia, hoy si alguien se quiere acercar a Jehová (nombre que la cristiandad ha querido olvidar) sólo requiere hacerlo a través de Cristo.
Jesús vino a ser el equivalente de Adán para la humanidad. Jorge Luis Borges lo explica en su cuento, “La forma de la espada”, una narración estupenda sobre simulaciones e identidades. Ahí explica que de alguna manera lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres. Escribe Borges al respecto: “Por eso no es injusto que una desobediencia en un jardín contamine al género humano; por eso no es injusto que la crucifixión de un solo judío baste para salvarlo”.
Pero no debemos creer que la salvación habrá de ser para todos. Si no que gracia tendría la fe. Tampoco debemos creer que el sacrificio de Jesús ha sido inútil; en tal caso, como razonaba el apóstol Pablo “comamos y bebamos porque mañana hemos de morir”.
La Semana Santa es para muchos sólo una temporada vacacional, para otros es época de representaciones teatrales inútiles, otros más practican una expiación premeditada que justifica su conducta vil por el resto del año. Mas que todo eso, estás fechas de Semana Santa nos deben poner a pensar un poco en que hemos estado haciendo para que el sacrificio que hizo un hombre justo, no sea inútil para nosotros.
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