*Pocos como el hicieron de la amistad un apostolado
Carlos Jesús Rodríguez Rodríguez / DICE ALBERTO Cortes en su oda a un amigo ausente que: “Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo”, y me atrevería a decir que cuando amigo se va, muere dentro de nosotros mismos una parte de nuestra existencia. Porque los amigos verdaderos son como hermanos que nosotros escogemos, forman parte de nuestra vida, del avatar continuo de las vivencias cotidianas. Al contador Víctor Manuel Lezama Ordoñez, mi amigo, compadre y hermano (por decisión personal) lo conocí hace 40 años; desde siempre nuestros caracteres coincidieron. Era alegre, jovial, de prolongada y amena charla, incansable en la conversación y siempre solidario. Un hombre que se llega a estimar por su trato y buen corazón. Nuestras familias emparentaron en el compadrazgo, conviví con ellos y alenté dentro de mí un cariño filial hacia sus personas. Fueron tiempos buenos, los hubo malos, peores pero la estabilidad siempre arribaba, pero nunca se terminó la amistad y la convivencia. La semana pasada compartimos el pan y la sal, estaba feliz porque por fin había logrado encontrar un empleo a su medida como asesor del regidor treceavo Alfonso Marcos García Castillo que como el, expresa amistad y buenos sentimientos, y le profeso un gran cariño y respeto, lo cual le agradezco. Comimos con otro compadre, amigo y hermano, y al final del convivio lo lleve a su casa, pero prefirió ir a dejarme hasta la de mi madre donde aún vivo tras su pérdida dolorosa el pasado 19 de Enero apoyado, por supuesto por mi familia. Platicamos un rato en el comedor donde solíamos comer con mi mamá y hablamos de su muerte repentina: dos meses y tres semanas debido a la agresividad del cáncer de páncreas que me la quito cuando menos lo esperaba. Y aunque tenía 86 años, fue siempre una mujer sana. Lezama la recordó con tristeza y me comento: tienes que superarlo compadre, tienes que dejarla ir, ella ya está con Dios, y quien lo diría: una semana y días después mi estimado y querido compadre estaría con Dios, lastimando a quienes lo quisimos como el hermano que era.
DICE EL médico que expidió el certificado de defunción que fue un infarto repentino, de esos que no avisan. Lo sorprendió por la madrugada. Su hijo Víctor Manuel Lezama Pulido, mi sobrino, porque por voluntad propia me llama tío, lo dejó reposando y se fue a trabajar muy temprano. No se pudo despedir porque suponía que dormía y se fue a laborar. Lezama era un personaje estimado en el edificio que habitaba en Xalapa 2000, y uno de los vecinos con el que solía desayunar le fue a tocar la puerta entrada la mañana y no respondió. Supuso que estaba bañándose, pero regreso una hora después al no verlo salir, y tampoco obtuvo respuesta, lo que alertó a otros vecinos que decidieron llamar a su hijo mayor con quien compartía el lugar. Víctor Manuel hijo llegó tan apresurado como pudo, tal vez eran las 11:45 o 12:00 del día cuando mi móvil sonó insistentemente y me soltó a boca de jarro: tío, mi papá está muerto. Debo confesar que casi suelto el celular pero repuesto pregunte: Cómo que está muerto, no entiendo, que paso, algún accidente, platícame. Y la respuesta sobrevino: -no murió en su cama, lo encontré muerto. Ahora voy, le respondí, y para cuando llegue al departamento el lugar estaba rodeado de policías porque alguien aviso de la muerte e impedían el acceso al lugar. Finalmente lo hicimos, platicamos con algunos, y nos dijeron que teníamos que esperar al médico legista que determinara las causas de muerte. Les indique que contábamos con médicos, que mi compadre tenía padecimientos, mostramos recetas y tratamientos y se resistieron. Marque a una alta funcionaria de la fiscalía que es mi paisana y jamás me respondió sino hasta el día siguiente y solo como saludo, y es ahí cuando uno conoce verdaderamente a las personas.
FINALMENTE LOGRAMOS que se dispensara la autopsia, y un médico privado determinó las causas de muerte: infarto al miocardio derivado de un padecimiento de diabetes que arrastrada de años. Su muerte ocurrió a entre las 3:00 y 3:30 de la madrugada, su rostro no presentaba signos de dolor o angustia, solo lo sorprendió muriendo en soledad, un hombre que siempre estuvo rodeado de amigos. De Lezama podría contar muchas cosas, muchas vivencias compartidas, muchos diálogos. Fue el amigo que la madrugada del 24 de Junio del 2001 me acompañó al puerto de Veracruz cuando ocurrió la trágica muerte de mi hermano Blas, quien transportó en otro auto a mi madre y mordiéndose el alma no pudo decirle que mi querido familiar estaba muerto, y cuando mi mamá le exigía la verdad, solo respondía: creo que sufrió un accidente, mi compadre no me dijo más porque se adelantó rápido a Veracruz y solo me dijo que la trajera. Años después mi madre me diría: yo sé que lo hiciste para que no sufriera, pero cuando vi a tu hermano en el atad creo que sufrí mucho, muchísimo más que si me lo hubieran dicho, porque aunque nadie se prepara para ver morir a un hijo, durante el viaje habría llorado hasta desahogarme.
LEZAMA ESTUVO en todas las fiestas familiares, aun las más recientes (el 24 de Diciembre cenamos con mi madre en su casa), y nunca se despegó de sus funerales del 19 de Enero en medio de un intenso frio. Amanecimos en la sala de velación junto con familiares, y al día siguiente solo fue a asearse y seguimos, algo que agradezco, también, a mi otro compadre, amigo y hermano Agustín Mantilla Trolle. Es indiscutible que Víctor Manuel nos hará mucha falta, pues apenas el sábado me llamó para salir, pero debo reconocer que estaba agotado y le pedí que dejáramos pendiente la comida para esta semana porque deseaba descansar tras haber acudido al panteón Bosques del Recuerdo a llevar flores a mi madre. Y no salí ni sábado ni domingo, me pase esos días leyendo algunos libros que me gusta releer, y ahora me digo: si hubiese aceptado salir me habría despedido de mi hermano y amigo, aunque eso es incierto ya que solo Dios conocer sus designios.
Sirvan estas líneas, por lo tanto, para recordar al contador Víctor Manuel Lezama Ordoñez, guerrero de mil batallas, hombre de sensibilidad indiscutible, noble, amable y recordado, incluso, entre sus vecinos como un amigo ejemplar, a tal grado que uno de sus vecinos con quien convivía regularmente lloró al verlo inerte en su cama ya sin vida. “Y ahora que voy a hacer sin el” se repetía mientras sus lágrimas inundaban las mejillas. Sin duda, Lezama se lleva consigo una parte de nosotros mismos, y extrañaremos sus convivencias, el dialogo inacabado, las anécdotas que contaba con gracia y soltura y la esperanza que siempre tuvo de mantener la vida, porque a pesar de sus males, nunca pensó en la muerte. Recordaremos al padre que siempre tuvo palabras amorosas para sus hijos y esposa, al amigo, al hermano que se fue. Descansa en paz querido Víctor Manuel. Hasta siempre. (Debo confesar que Lezama fue fundador de www.gobernantes.com desde el área administrativa). OPINA [email protected]
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