Aurelio Contreras Moreno / Ni duda cabe que los estándares bajo los que se maneja el régimen de la autoproclamada “cuarta transformación” en cuanto al manejo de la administración pública son de bajísima calidad.
El rasero lo puso el mismo Andrés Manuel López Obrador con decisiones como la de postular candidatos mediante “tómbola”, frases como “no tiene mucha ciencia gobernar” o que basta con 90 por ciento de “honestidad” y diez por ciento de capacidad para desempeñar un cargo público.
Los resultados están a la vista en poco más de tres años de desempeño al frente del país y de buena parte de las entidades federativas: pérdidas multimillonarias en organismos estratégicos a los que llegaron a “rescatar” como Petróleos Mexicanos, incumplimiento de indicadores mínimos para la evaluación de las políticas públicas, obras hechas al vapor y entregadas sin terminar o mal hechas, legislaciones ignorantes del elemental sustento jurídico, endeudamiento por mala administración, inflación galopante, inseguridad, crecimiento de la pobreza. Y todos los etcéteras que falten por mencionar y que bastarían para llenar este texto.
Salvo para hacer propaganda –en lo que sí son unos genios, hay que reconocerlo-, en la “4t” no tienen peregrina idea de lo que implica gobernar con eficiencia y competencia. Y por eso, las sustituyen con intolerancia y autoritarismo. “Aquí mando yo y se hace lo que yo diga”, aunque sea una auténtica pendejada. Para eso tienen el poder, ¿no?
Por eso mismo son pocas las áreas en las que pueden encontrarse resultados ya no digamos satisfactorios, sino siquiera suficientes. Y si bien han logrado evitar hasta el momento que el país se desmorone –entre otras razones, porque no se han atrevido todavía a tocar los pilares macroeconómicos, aunque si se aprueba la reforma eléctrica en sus términos eso podría cambiar-, todavía falta un buen trecho para el final del sexenio y el desgaste natural por el ejercicio de gobierno se ha acelerado con preocupante anticipación.
La elección de quienes acompañan a los gobernantes en sus tareas al frente de la administración pública influye definitivamente en los resultados que ofrecen. Y hablando de Veracruz, se ha ejercido el poder con una lógica abiertamente sectaria, que va desde la pertenencia a un grupo o proyecto político, hasta el exceso del “amiguismo” y el nepotismo –amén del servilismo- como condición y requisito para formar parte del gobierno, al que manejan como si les hubiese sido escriturado para disponer del mismo y sus instituciones de la manera más arbitraria y atrabiliaria.
A los cargos públicos no llega quien esté mejor calificado para desempeñarlo, sino aquel o aquella con quien tenga amistad, cercanía, filiación política, parentesco o complicidad quien toma la decisión de nombrarle.
Entonces, así como a nivel federal un agrónomo está al frente de Pemex o un político que nunca ha hecho nada más que “grillar” encabeza la Comisión Federal de Electricidad, en Veracruz puede controlar el Poder Legislativo alguien que no tiene ni el bachillerato, una chef puede dar órdenes en Protección Civil durante una emergencia, un primo del titular del Ejecutivo manejar a su antojo todo el presupuesto, o los miembros de su cofradía de juventud ocupar altos cargos partidistas y gubernamentales, desde los cuales, por supuesto, también hacen pingües negocios.
Esa misma tozudez e ignorancia les hace pensar que pueden violar las leyes a su antojo, colocar alfiles en organismos para los que hay que cumplir requisitos legales de admisión y a los que llegan a borrar todo lo que les antecedió, con brutalidad de borrico rabioso.
Los “cuates” y los cómplices primero, es la consigna. Total, ya se vieron como una especie de “nuevo PRI” y juran que estarán en el poder para siempre. Y sin consecuencias.
“Sororidad” de pacotilla
Llama la atención –aunque ya no asombra- la chabacanería con que en ciertos membretes perpetúan tan patriarcales prácticas como robarse y presentar como propias iniciativas ajenas, o pretender decidir quién sí y quién no puede sumarse a un movimiento o a una causa o hasta disponer del manejo de una oficina, con los prejuicios –y las ambiciones- por delante.
Como si nadie supiera cómo se comportan y lo que son capaces de hacer para buscar atragantarse de poder encima de un coyol. Pero eso sí, la “sororidad”.
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