Sergio González Levet / El presidente Joe Biden no se ha parado a hablar del peligro que la invasión de Ucrania por los rusos representa para la paz mundial. Ha advertido que podría llegar a desencadenar una tercera guerra mundial, si Putin diera la orden de que su poderoso ejército usara armas químicas y hasta nucleares.
Eso de emplear el más mortífero armamento, lo ha amenazado el perenne presidente ruso porque sus tropas, con ser las mejor armadas del mundo, no han podido derrotar a los ucranianos, que se han estado defendiendo con esa pasión que sólo tienen los pueblos que luchan por su derecho, su patria y su fe.
Los reportes conservadores de la prensa internacional hablan de algunos miles de muertos, cuando se puede pensar que las víctimas civiles y militares en el país agredido pueden haber llegado a decenas de miles, y entre ellas cuente a niñas y niños, a jóvenes, a ancianas y viejos, a soldadas y soldados que han dado la pelea para contener la maquinaria de guerra más pavorosa del planeta.
El horror se apodera de las personas de bien al mirar las consecuencias de los bombardeos: edificios cercenados, casas quemadas, centros comerciales bombardeados, las escuelas y las iglesias víctimas de las bombas y la desgracia. Ahí debajo de los escombros, de las llamas, del humo hay seres humanos que perdieron su existencia de la manera más absurda y violenta.
¿Cuál es el fin de guerrear de esa manera? ¿Por qué de repente unos miembros de nuestra especie matan a sus iguales, y los iguales se defienden también matando?
Hay una interpretación de esos hechos que duele hasta el alma, y es la de que los rusos han ido a la guerra por la misma razón que van los norteamericanos, por mantener a flote su economía, fundada en un gran porcentaje sobre la producción masiva de armas y proyectiles.
Los mayores presupuestos de los países poderosos se destinan a mantener un armamento de primera, y así las fábricas de los instrumentos de destrucción dan empleo y contratos a miles de personas. De acuerdo con esa interpretación, los combates entre ejércitos de países diferentes, entre ejércitos de un mismo país, entre guerrillas y fuerzas armadas, entre grupos del crimen organizado son la constante para que la economía se mantenga a flote en las naciones desarrolladas.
Junto al petróleo y las drogas, la venta de armas es el tercer pilar sobre el que se sustenta, oigan ustedes, la riqueza de las naciones del primer mundo (en donde “riqueza” quiere decir la bárbara acumulación de bienes materiales que no necesitamos). Y son esas las naciones que presumen de democráticas y justas, de desarrolladas y educadas.
Lo terrible de la guerra es que hombres y mujeres se maten solamente porque el sistema económico tiene que mantenerse vigente, para que los ciudadanos privilegiados puedan vivir su vida plena de lujos.
He ahí el horror.