Emilio Cárdenas Escobosa /
Para las Yuris, Frida y Valentina, con amor
En los años recientes al celebrarse el Día Internacional de la Mujer abundan las marchas, los discursos, análisis y manifiestos que reivindican la lucha social y política de las mujeres para garantizar la igualdad de derechos y la eliminación de la violencia en su contra.
Cada 8 de marzo se pone en la mesa de discusión, en el debate público, en las redes sociales, los medios y en todos los foros el tema de la equidad de género y los avances alcanzados en nuestro país en la materia.
Con motivo de esta efeméride se ha dado un impulso sin precedentes al tema que ha marcado por igual las discusiones académicas que a los movimientos sociales de todo signo ideológico.
Hoy es políticamente correcto abrazar la causa de las mujeres, aunque en el terreno de los hechos, los gobiernos, los partidos y la sociedad en general hayamos avanzado muy poco.
¿Por qué nos cuesta tanto trabajo hacerlo?
Se ha dicho que las resistencias que obstaculizan la construcción social de la equidad de género como principio organizador de la democracia obedecen a varios factores, entre ellos, la inercia de sistemas de valores y de conocimiento construidos por y para los hombres, el rechazo del personal masculino a la competencia femenina en sus espacios públicos y privados, y, en gran medida, la resistencia de los hombres a aceptar que la irrupción de la mujer en la vida pública cuestiona en buena medida los contenidos atribuidos a la masculinidad y las prácticas sociales que se le asocian: el poder del jefe de familia, la fortaleza, inteligencia, audacia y sagacidad del hombre, el espíritu de competencia, entre muchos etcéteras y estereotipos y lugares comunes que sería prolijo referir.
La realidad cotidiana nos muestra que aún nos falta mucho camino por recorrer.
Al ser una cuestión fundamentalmente cultural, la búsqueda de la equidad de género choca con las visiones y prejuicios de los sectores dominantes, de los grupos de poder y con nuestras propias ataduras mentales.
Véase si no, por citar algunos ejemplos, cómo los medios de comunicación y la Iglesia en sus mensajes y discursos reproducen invariablemente los estereotipos de desigualdad contra la mujer. Sea la utilización de ellas como objetos sexuales y decorativos o los llamados a rechazar su libre determinación reproductiva. Las mujeres, según estos cánones, además de incorporarse al mercado laboral, deben hacerse cargo del hogar y del cuidado de los hijos, vestidas a la moda y embellecidas para sus parejas, para cumplir con lo que pareciera su “obligación biológica”.
De acuerdo a denuncias de destacadas activistas a favor de los derechos de la mujer las recomendaciones de la Plataforma de Beijing orientadas a prohibir el uso de la imagen de la mujer como un estereotipo sexista o denigrante, no han sido acatadas e incluso otros protocolos internacionales suscritos por el gobierno de nuestro país no han sido debidamente atendidos, para que a través de los medios de comunicación se promueva la igualdad y la equidad para la mujer. Seguimos con los talentos de televisión, las chicas de calendario, las concursantes de los reallity shows, las buenas y villanas de telenovela, entre un sinfín de estereotipos que lastran el cambio de percepciones deseable sobre lo femenino.
En los años recientes la violencia en contra de las mujeres ha crecido de manera alarmante, y hablo de violencia física, sicológica o emocional. Los datos abundan para ejemplificar este aserto y la impunidad que rodea a los feminicidios en la mayoría de los casos basta para recordárnoslo todos los días. Es este el mayor reto que se tiene para mostrar que en verdad se atiende la principal demanda de las mujeres hoy por hoy. Y atenderlo es responsabilidad de las autoridades.
El reto que enfrentamos para lograr la equidad de género y la eliminación de la violencia en contra de las mujeres es por tanto enorme. Se requieren grandes transformaciones para lograrlo y que no se atente contra ellas o se limite el papel de la mujer en las esferas social, económica, política y familiar.
Hoy, es claro que ninguna sociedad puede considerarse genuinamente plena, si no respeta el compromiso de la inclusión plena de la mujer en todos los aspectos de la vida nacional.
La lucha política de las mujeres continúa y es, en efecto, una lucha inacabada, que exige de las instituciones públicas, los partidos políticos y de todas las organizaciones y sectores, contribuir a hacer realidad los cambios legales que posibiliten construir una nueva dinámica de relaciones sociales y culturales.
No basta sólo con la creación de instituciones u organismos públicos para las mujeres, o con asignarles determinadas cuotas al interior de los partidos políticos. No es con discursos falaces sobre el “empoderamiento” de las mujeres, cuando la realidad muestra lo contrario, como se va a avanzar en verdad en este sinuoso camino.
Comprometerse en la lucha por la equidad de género es tarea de hombres y mujeres. Es manifestación de una genuina voluntad de cambio. De dejar a un lado los estereotipos, de suprimir el lenguaje discriminatorio, de combatir el acoso sexual y el abuso de poder, de redistribuir equitativamente las actividades entre los sexos en los ámbitos público y privado, de valorar con justicia los distintos trabajos que realizan hombres y mujeres, de modificar las estructuras sociales, los mecanismos, reglas, prácticas y valores que reproducen la violencia y desigualdad; en suma, se trata de fortalecer el poder de gestión y decisión de las mujeres.
El desarrollo al que aspiramos en nuestro país solo se puede lograr si cambiamos mentalidades y rompemos paradigmas.
La lucha de las mujeres, sus causas, deben ser la lucha de todos y la bandera que es fundamental abrazar todos los días y no solo en el Día Internacional de la Mujer o en el Día de la No Violencia en su contra, si en verdad queremos ser una sociedad moderna y democrática.
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