Lo hemos estado diciendo, hay indicios preocupantes de que el presidente de México no esté en sus cabales. Al parecer los escándalos en que sus parientes lo han metido, así como las pugnas internas en su gabinete, lo tienen al borde de la cordura. De otra manera no se entiende cómo, después de la terrible masacre ocurrida en San José de Gracia, Michoacán, donde 17 personas fueron acribilladas por miembros del crimen organizado, el presidente se atreva a declarar que en su gobierno «no hay represión, no hay masacres, no hay tortura, se respetan los derechos humanos».
Por cierto, esto lo dijo evitando reconocer las torpezas del gobernador de Veracruz, Cuitláhuac García, quien insiste en lanzar una ley que le permita seguir reprimiendo a los veracruzanos. Ahora, a toro pasado, el presidente de México ya se pone del lado de las libertades, cuando desde hace meses se estuvo dirimiendo el tema en los medios informativos, acusando que el delito ultrajes a la autoridad era un instrumento de represión, una manera de tener a los adversarios políticos sometidos.
«Yo soy partidario de que se mantengan las libertades, prohibido prohibir libertades», dice después de la SCJN le dio un revés a su pupilo, el honesto. Hierve la sangre al darse cuenta de tanta hipocresía.
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