Dice García Soto: «López Obrador no fue ya, ni lo será en lo que resta de su mandato, un estadista o un líder con tamaño y presencia internacional. Será y ha sido, en todo caso, un líder social y carismático que pasó de ser antisistémico y algo disruptivo y de concitar una expectativa de cambio en 30 millones de votantes, a reducir y empequeñecer su liderazgo y también su base de apoyo social. En la medida que se radicalizó cada vez más y que despreció y abandonó a las clases medias, a los pequeños y medianos empresarios, a las víctimas de la violencia, a los científicos, a los estudiantes, a las mujeres, a los niños con cáncer y a cualquier otro sector que no le profesara lealtad ciega, Andrés Manuel se volvió más el líder de una secta que de un país»
¿Qué le queda al presidente? Esperar a que pase el tiempo, rogar a Dios porque ya no se descubra más corrupción en su familia y dejar que las sectas de Morena elijan a su sucesor sin que la sangre, que en esta lucha se derramará, llegue al río.