Mussio Cárdenas Arellano / José Ramón es como tío Bartlett, como Peña Nieto, como Andrés Manuel, que esconden la riqueza y la puerqueza, la fortuna y las casas, el dinero sucio y malhabido, en las faldas de la mujer.
José Ramón, con su vida loca, el lujo y el dispendio, aviones privados, viajes al estilo neoliberal, una Navidad en Aspen, Colorado, esquiando o viendo esquiar a su pareja, Carolyn Adams, y casas en fraccionamientos exclusivos en Houston, desdibuja y aniquila el rollo de la virtud, la medianía y sencillez, la honestidad de oropel con que navega López Obrador, su padre y secuaz.
Lo suyo es más que un escándalo. Es la grieta por la que asoma la inmensa corrupción del charlatán en el poder.
“José Ratón”, el mayor de los López Beltrán, voló y llegó a la cúspide. Y se despeñó.
No calzó un único par de zapatos. No vivió con 200 pesos en la cartera. No rehuyó la tentación del dinero “que es el papá y la mamá del Diablo”, como vocifera su padre. No se ciñó a la doctrina mareadora, al embuste puro del alabado Pejetustra. Y se convirtió en un pachá.
De bueno para nada a millonario. Latinus y Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad lo siguen, rastrean huellas, husmean archivos inmobiliarios, hallan datos, recogen evidencia y trazan el guión de un nuevo episodio en esa farsa llamada Cuarta Transformación.
“Soy también junior de la 4T”, expresó José Ramón López Beltrán con su sonrisa de babas y aires de badulaque, en su vida inaugural como vástago del Mesías presidencial. Y sí, resultó un junior estilo neoliberal.
El reportaje tiene dos aristas: la vida de lujos de José Ramón y algo crucial, la liga hacia el ejecutivo de la empresa petrolera Baker-Hughes, que le renta la primera casa en que vivió en Houston y los contratos millonarios de esa firma en el gobierno obradorista.
Una arista es el escándalo por la vida opulenta; la otra es el indicio de corrupción.
Con “José Ratón” se reedita la Casa Blanca, aquella trama que lanzó al basurero de la historia a Enrique Peña Nieto: un contratista — Grupo Higa—, beneficiado con obras en el gobierno de EPN en el Estado de México, que le “vende” o “financia” la mansión a Angélica Rivera, entonces esposa de Peña Nieto. Traducción: el soborno o el diezmo se paga con un bien inmueble.
Con el hijo de Andrés Manuel, el escenario es Houston, no la Ciudad de México.
Ahora los protagonistas son José Ramón López Beltrán y su pareja Caroline Adams, no Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera.
Antes fue Grupo Higa, de Armando Hinojosa; ahora es Keith Schilling, arrendador de la primera vivienda que habitó el hijo del presidente y su pareja Carolyn Adams. Schilling fue ejecutivo de la empresa petrolera Baker-Hughes, con contratos en Pemex por 5 mil millones de pesos.
Cambian las circunstancias, los nombres, los tiempos, pero el modus operandi es similar.
El transa suele ingeniárselas para no aparecer. El transa usa a la mujer con la que comparte almohada. El transa disfruta un bien construido o propiedad de un contratista ligado al gobierno en turno. Hay disfrute y opulencia y en ambos casos hay tufo a corrupción.
Integrante del Trivago, José Ramón López Beltrán es el camaján mayor, el mamalón del clan obradorista, el holgazán que arma el entramado para vivir a costa de Caroline y de papá.
“José Ratón” recorría las calles, lideraba mítines, operaba la elección en el Estado de México. Y los aventureros de la palabra lo dieron por firme aspirante al gobierno estatal.
López Beltrán, sin embargo, tomó otro rumbo. El pachá optó por los besos de Carolyn Adams y la vida de jeque al amparo del reyecito de Palacio Nacional.
El amor de su mujer —y él lo sabe— es efímero. Durará un sexenio. Al sonar la última campanada la magia se disipará. Volverá a ser el Ceniciento de Macuspana, sólo que brutalmente enriquecido, el regordete sin gracia, el badulaque que se ostenta como el junior de la 4T. Esos son amores que arden mientras los alimenta el poder.
Con Carolyn, posa fotografías a las puertas de un avión privado, en parques y playas de ensueño; es el turista mundial que se zambulle en los placeres, la vida opulenta, la ostentación, la insana tentación de ser neoliberal.
Los epítetos de Andrés Manuel agrediendo a los que nadan en millones, los que tienen fortunas a costa de los desprotegidos, se autodestruyen con la vida muy chick de su hijo mayor. El colmo de ser López Obrador es tener un hijo José Ramón.
“José Ratón” mata la patraña discursiva de Andrés Manuel, el rollo de la honestidad, el rechazo a la opulencia, el vivir en la medianía.
Pero eso es sólo escándalo. Hurgando en la vida del pachá, hay pus. La corrupción circula entre las venas del obradorismo y carcome órganos vitales de la Cuarta Transformación, colapsando los cimientos morales y despellejando la patraña que López Obrador vendió como el proyecto de la salvación.
La vida de excesos de José Ramón y la ambición de su mujer crean una grieta en la 4T. Y a través de ella se ve la realidad. Asoma el tráfico de influencias, los amigos insanos, los jeques del petróleo occidental, cabildeo que se paga en oro, obras, proveeduría, contratos, construcción de refinerías, compra de refinerías, renta de casas. La coincidencia que va más allá de la coincidencia.
Baker-Hughes obtuvo contratos de obra en el sexenio de Enrique Peña Nieto y en el de López Obrador por 260 millones de dólares, más de 5 mil millones de pesos, gracias a convenios modificatorios.
Keith Schilling fue presidente de una de sus áreas. Tras el escándalo, aduce haberle rentado la vivienda de Houston, cuyo valor es de 20 millones de pesos, con alberca climatizada y sala de cine, a Carolyn Adams. Y aduce no saber quién era José Ramón López Beltrán.
Un mes después que el hijo del presidente comenzó a vivir en la casa de Houston, Pemex le otorgó un contrato de obra a Baker-Hughes por 85 millones de dólares.
Luego adquirirían otra casa, valuada en 13 millones de pesos. Caroline Adams aparece como propietaria.
Shilling nunca notificó al gobierno de Estados Unidos un posible conflicto de interés. Carolyn Adams, por su actividad como cabildera de contratos y acuerdos en la industria petrolera, es catalogada como PPE (Persona Políticamente Expuesta), lo que obligaba a verificar si rentarle la vivienda a la nuera del presidente de México habría de acreditar un potencial acto de corrupción.
Luego mediante otro modificatorio se le asignaron 109 millones de dólares más, según investigación de la periodista Peniley Ramírez, en Reforma. En plena Cuarta Transformación.
“Soy también junior de la 4T. ¿O qué?”, se ufanaba el hijo del presidente al iniciar el sexenio, y resultó que sí.
Y también el alfil más torpe de López Obrador, aniquilando el discurso de la austeridad, el rollo de la medianía, el reclamo de Andrés Manuel a vivir con un par de zapatos y 200 pesos en la cartera, la condena al aspiracionismo, al deseo de alcanzar una vida mejor.
Su junior lo desdice. Andrés Manuel enclochado con la fábula de la honestidad mientras el vástago se enreda en una trama de corrupción, el cabildeo de su mujer en proyectos petroleros, la vivienda propiedad del ejecutivo de Baker-Hughes y los contratos asignados por Pemex a esa empresa.
Pillaron a Martinazo y a Pío López Obrador con sobornos para el proyecto hacia la Presidencia, y Andrés Manuel ni se inmutó.
Pillaron a Bartlett con sus 23 casas y más de 40 empresas.
Pillaron a Delfina Gómez, secretaria de Educación, extorsionando a empleados en los días que era alcaldesa de Texcoco.
Pillaron a Epigmenio Ibarra, su propagandista, con el préstamo por 150 millones de pesos.
Pillaron al secretario particular, Alejandro Esquer, en la operación carrusel en banco Afirme, robando los dineros que Morena donaría a damnificaos del sismo de 2017.
Pillaron a todos y López Obrador no se inquietó.
Pero alcanzó el escándalo a José Ramón, el hijo engreído cuyos desplantes conducen a tráfico de influencias y corrupción en Pemex, y ahí saltó.
El camaján, el mamalón del clan Obrador quiso convertirse en el machuchón de la 4T y abrió la vertiente hacia un caso de alta corrupción.
Y luego, como tío Bartlett, corrió a esconderse en las faldas de su mujer.
Archivo muerto
Allá en las calles de la Puerto México, se oyó la metralla, zumbaron las balas y Salim Antuán, ileso, pegó la huida. Años después, volvió a Coatzacoalcos sólo para morir. Un sicario lo halló en el Café Cantina del hotel Brisa y le vació el arma. Salim Antuán Contreras Balderas fue sol y sombra de sí mismo, amigo y adversario a la vez, defensor de los suyos y asediado por los que juraron que irían por él. Pasó por la Dirección de Mercados, por la CNOP del PRI en Coatzacoalcos y truncó su carrera tomando el camino de la oscuridad. Un día, retenido Fernando Yunes Márquez en la sede de la entonces Procuraduría General de la República, acusado de tener en su poder cientos de miles de pesos para operar la elección para gobernador, en 2016, Salim Antuán posó una selfie con la camioneta del senador panista siendo vandalizada. No imaginó que esa noche Miguel Ángel Yunes Linares, padre de Fernando, ganaría los comicios. Dos años después, se convirtió al yunismo. Se adhirió a Renato Tronco, quien pretendía ser diputado federal por Coatzacoalcos. Luego sufriría aquel ataque armado en la colonia Puerto México que lo obligó a huir. Explosivo como solía ser, un día se erizó al verse retratado como propietario de la cantina en que fueron asesinadas dos integrantes de la célula zeta del Comandante H, Hernán Martínez Zavaleta. Semanas antes de morir, difundió fotografías en que se le veía en Los Cabos, Baja California. Y regresó a Coatzacoalcos tentando a su suerte. Se dio tiempo para polemizar por el crimen de Luciano Antonio García Cortés en el restaurant “Alitas El Webas”, presunto familiar, sin presagiar el desenlace fatal. Cuentan los que saben que había pagado cuota asegurando su inmunidad. Y volvió a la fiesta. Así hasta que una tarde, en el Café Cantina del Brisa, el sicario lo tronó… Inicia el cuatrienio y Karla Carolina Pérez Marín vuelve a las andadas. En unos días, irrita a gestores de notarías, empresas inmobiliarias, despachos de abogados, valuadores y ciudadanos a quienes les dilata trámites en la Dirección de Catastro Municipal, bajo cualquier argumento, pues pretextos y argucias no le faltan. La queja no es nueva. Hoy protestan en los bajos del palacio municipal de Coatzacoalcos, exhibiendo no sólo la indolencia sino la corrupción. Antes, en la gestión de Víctor Manuel Carranza Rosaldo, fue igual. En los tiempos de Morena, Karla Carolina Pérez Marín ocupó la Dirección de Catastro y llegó a darse el lujo de suspender el servicio al público hasta por media horas cuando recibía a vendedores de joyería barata, bisutería, oro pintado y cristales que simulan rubíes, como se acreditara en diversos espacios periodísticos. Karla Carolina es el poder tras el trono. Asesora a Julio Muñoz, titular de Catastro, pero la empleada municipal detenta el control de la oficina. Según fuentes directas, del “bisnes” se encarga Juan Carlos Toscano Moya, con el que se deben entender quienes padecen la dilación de sus trámites, lo que huele a corrupción… Fabiani es voraz. Amante de la ubre presupuestal, no se le dio el Instituto Municipal de la Mujer pero saltó a un botín mayor: el Registro Civil de Coatzacoalcos. La hija del vendelotes no pidió ni dejó que le dieran; quiso, pujó, insistió, y la pusieron donde hay. Amaneció el lunes 31 con nueva chamba, al frente del Registro Civil, que es una mina de oro. Viene de una regiduría en el infumable ayuntamiento de Víctor Manuel Carranza, donde pasó sin pena ni gloria, cobrando su beca quincenal, saltando de cargo en cargo, sin darle oportunidad a otros morenistas con mayor trabajo político, capacidad y preparación. Su papá, Salvador Cueto Sosa, hace lo propio. Le quema incienso a Rocío Nahle, la secretaria de Energía, autora intelectual del desastre político en que se hunde Coatzacoalcos, y al mismo tiempo le prende veladoras al diputado Sergio Gutiérrez Luna, aspirante menor a la candidatura de Morena al gobierno de Veracruz en 2024. La voracidad tiene mucho de inmoralidad… Al expediente azul le faltaba un dato: la mujer que sirve de prestanombre al yunismo en empresas de dudosa creación y sospechosa acción. Sábese que antes del arribo de Miguel Ángel Yunes Linares al poder, la misteriosa dama era inexistente en el círculo íntimo del clan. Pero el milagro se dio. Se conectó con un alto funcionario de la Fiscalía General de Veracruz, siendo titular Jorge Winckler, y el reino de los Yunes se abrió. En el expediente azul, del que tanto habla Andrés Manuel López Obrador, existe una relación de empresas, nombres, montos, presuntas compras, presuntas obras, recursos de origen público, transferencias bancarias, paraísos fiscales, inversiones en Europa y la vida profesional y personal, los viajes, los gastos, ramificaciones familiares y afectos personales de la dama que se convirtió en la principal prestanombre del clan Yunes…
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