Al principio creí que su trato hacia mí se debía a un conocimiento previo de mi persona, al conocimiento de alguna de mis virtudes, que para muchos permanecen ocultas. Sin embrago, con el tiempo me di cuenta que el trato bondadoso del profesor Teodoro Couttolenc no discriminaba a nadie. Su trato era el mismo para el que iba a pedir 50 pesos para una comida corrida o para el representante del gobierno del estado que pensaba que sus títulos académicos le merecían cierta pleitesía.
En su momento tuve el agrado de ser editor de su libro Por tus humedales muero: los rondines del deseo; un volumen de poesía que me demostró que la bonhomía de un hombre no estaba peleada con el erotismo. Sobre su poesía él autor señalaba: «Esta obra habla de la pasión, que es lo mejor que podemos poseer, no solo como seres humanos, si no como sociedad; mientras haya vida y alguien o algo que admirar habrá que tener pasión para poder expresarlo». Hoy me entero que este gran hombre, profesor de muchos, amigo de más, murió y sé que su muerte nos deja un enorme vacío. Descanse en paz profesor Teodoro Couttolenc Molina.