Sergio González Levet / La cepa ómicron del SARS-Cov-2 es el virus más contagioso que haya enfrentado la humanidad en toda su historia. Lo es más que el sarampión, que había sido el agente patógeno más transmisible, y que fue vencido gracias a la vacunación universal.
Pero las vacunas contra la Covid-19 no logran detener la infección de esa cepa originada en Sudáfrica y que se está extendiendo por todo el mundo con una rapidez aun mayor que la de las primeras (alfa, beta, gama, delta), que pusieron en jaque a la economía de todo el planeta, a la vida y a la humanidad.
El ómicron parece imparable en cuanto a su capacidad de multiplicarse y de infestar en horas a familias enteras, a grupos fiesteros, a conglomerados humanos en oficinas o centros industriales… a los escolares que toman clases presenciales.
Gran Bretaña, España, Francia, Alemania, Austria, los países nórdicos y Estados Unidos han tenido que tomar medidas extremas para tratar de contener la epidemia, pero los enfermos crecen exponencialmente y ponen en predicamento las capacidades hospitalarias del mundo desarrollado.
Así que imaginen lo que puede pasar, lo que ya está pasando, en países que no supieron enfrentar debidamente al tenebroso virus, como es el nuestro, que tiene el deshonroso record de estar entre los que más personal médico han perdido en el combate a la pandemia, y entre los que más muertos han tenido realmente y entre los que no han podido vacunar masivamente a la población.
Qué pena que la población no haya sido vacunada universalmente, cuando habíamos sido reconocidos históricamente por las campañas masivas de prevención, que contuvieron enfermedades como la tuberculosis, la viruela, el propio sarampión que ya mencioné y muchas más.
En las semanas nacionales de vacunación, el personal médico alcanzaba a inocular millones de dosis a niños y jóvenes, a adultos y personas de la tercera edad. Cuando los científicos de la salud mexicanos supieron que el remedio era una vacuna, pensaron de inmediato que estábamos salvados, por la gran experiencia y reconocimiento internacional que teníamos en ese tema.
Pero no contaron con la 4T, con las ocurrencias del poder y con la política electoral inmiscuida en las decisiones, que debieran tener su origen en la salud de todos y no en la consecución de votos.
El ómicron va a infectar a todos en México, porque no hay una estrategia eficiente que lo contenga. Al contrario.
Y no es que esa variante sea menos agresiva que las otras, como pregona el discurso oficial, solamente hace menos daño porque hay un 43% de la población con al menos dos dosis de vacuna, y esto sirve para que los organismos enfrenten mejor a la Covid-19.
El problema es con la mitad de la población que no se ha vacunado, ya sea por negligencia del sector salud o por ignorancia propia, que lleva a creer patrañas como que el virus no existe o que las vacunas no sirven.
Vayámonos preparando para la hecatombe que implicará tener millones de mexicanos que contagiarán a otros millones, y millones de enfermos que no podrán ser atendidos en los hospitales de todo el país, porque no hay tantas camas para una demanda de esa magnitud.
Y conste que no es catastrofismo, sino pura realidad avalada por la ciencia.
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