De pocas pulgas, obcecado y terco, así se expresa gente muy cercana al presidente López Obrador. Muchos han señalado que prefieren al López Obrador candidato que al que actualmente ocupa la presidencia. Gente del círculo cercano reconoce que el tabasqueño siempre quiere tener la razón. Por eso, muy pocos lo contradicen, saben que, si lo hacen, prácticamente estarían cavando su tumba política. Con esta actitud presidencial se genera que sus subalternos claudiquen a su dignidad y caigan en un estado de abyección. Y es que no fueron pocas las humillaciones que sufrió el Ejecutivo federal por parte de sus poderosos adversarios durante sus 18 años de carrera para llegar a la presidencia.
Como aquella cuando le robaron la elección en 2006 y que en señal de protesta cerró la avenida de Reforma durante varios meses; o cuando rayando en el ridículo se autonombró presidente legítimo. Además, ya antes el presidente Vicente Fox había movido los hilos del poder para desaforarlo, sin éxito alguno. Todo ese encono hizo que el presidente guardara en su corazón rencor, que aunque él no lo reconozca, en ocasiones raya en el odio.
Como muestra basta un botón: ahí está el caso de la exjefa del Gobierno capitalino, Rosario Robles, a quien no le perdona la traición que le hizo al aliarse con los que él consideraba sus enemigos. Hoy el presidente ha elegido otro sparring, hoy Ricardo Monreal es el objetivo de su rencor velado. Al coordinador de los senadores no le perdona que no haya ayudado a su consentida en la elección pasada donde, por cierto, se perdió más de la mitad de la Ciudad de México. Cómo ven, y eso que el presidente ha dicho que no es víctima de odios y rencores.
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