Pues porque independientemente de la imprudencia y el desacato a las leyes laborales, debían dejar testimonio de que estaban cumpliendo la orden superior de llevar acarreados a la concentración de López Obrador en la Ciudad de México. Qué tiempos aquellos en que el líder de la izquierda llenaba el Zócalo de la CDMX sólo con los residentes de la misma ciudad. No había necesidad de llevar acarreados de otros estados, no había necesidad de sacar a los empleados de sus oficinas para llenar el Zócalo.
No nos cabe duda de que hubo personas que, por su propio pie, motu proprio, acudieron a celebrar con López Obrador los tres años de su gobierno. Miles de personas que creen en el proyecto de la Cuarta Transformación; ¡qué bueno! Sin embargo, como dirían los clásicos: Pobrecito de López Obrador, tanto que repudiaba los métodos priistas, tanto que odiaba a los acarreados, que Dios lo castigó, obligándolo a usar esos mismos métodos para sentirse popular.