Aurelio Contreras Moreno / Una de las principales cantaletas usadas por el régimen de la autoproclamada “cuarta transformación” para defender sus decisiones es que no se ha provocado una crisis como las que depauperaron a la sociedad mexicana a mediados de los 70 y principios de los 80 (con gobiernos muy similares al actual), así como a la mitad de los 90 (cuando se derrumbó el espejismo salinista de la entrada de México al “primer mundo”).
Si bien es cierto que hasta hace poco los índices económicos del país se habían sostenido en niveles no catastróficos con todo y el derroche en obras faraónicas y programas clientelares, y hasta a pesar de la emergencia que supuso el confinamiento y la parálisis de las actividades comerciales por causa de la pandemia, esto se debía a que, en los hechos, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador no tocó los fundamentales macroeconómicos instaurados desde hace más de dos décadas. O dicho de otra manera, las bases de la política económica “neoliberal” que según el régimen ya se “acabó” en México, permanecieron intactas, más allá de la demagogia y el discurso político.
Algo ha cambiado en las últimas semanas, en las que se han comenzado a presentar signos preocupantes para la economía y las finanzas del país y, en particular, para las familias mexicanas, que han visto descender aceleradamente su poder adquisitivo con todo y los aumentos históricos al salario mínimo, quizás una de las pocas acciones de verdadera justicia social que se puede acreditar esta administración federal.
La semana pasada se refirió en este mismo espacio el problema de la espiral inflacionaria, que ha atacado las finanzas familiares con alzas de precios en los productos de consumo básico que no se veían desde hace 20 años, con un incremento del orden de 6.8 por ciento estimado para el presente mes de noviembre y que según los cálculos del Banco de México, podría llegar a 7.3 por ciento para el cierre de 2021.
Como ya sabemos lo mucho que les gusta simular en la “4t”, se llamó a no alertarse, ya que “seguramente” se trataba de un fenómeno “pasajero”, producto de variables externas que pronto se corregirían.
Pero varios nubarrones siguen oscureciendo el panorama para la economía mexicana y no únicamente con el tema de la inflación, sino con el que quizás, gracias a las experiencias anteriores y sus desastrosas consecuencias, sea el mayor temor de la población e incluso el del propio gobierno: la devaluación.
Este martes y por cuarto día consecutivo, el peso se depreció frente al dólar. El tipo de cambio cerró en 21.22 pesos por dólar contra los 20.98 del lunes. Una pérdida de 24.54 centavos, equivalente a 1.17 por ciento.
La pérdida acumulada en las últimas cuatro jornadas es de 55.87 centavos, lo que representa un porcentaje de 2.70 por ciento. Su peor nivel de los últimos ocho meses, desde principios de marzo.
La propia escalada inflacionaria en Estados Unidos –que obligó este mismo martes al presidente Joe Biden a ordenar liberar reservas petroleras para bajar los precios de la gasolina y estabilizar el mercado- ha impactado en el desempeño de la economía mexicana, dependiente en grado superlativo de la del vecino del norte. Sin embargo, las decisiones internas también juegan un factor determinante.
En los dos primeros trimestres de 2021 se han registrado salidas de capital extranjero por 12 mil 573 millones de dólares, superando ya los ocho mil 832 millones de dólares que se retiraron del país en 2020, en pleno año de la pandemia. Y las razones no son difíciles de imaginar: la pérdida de confianza y la incertidumbre que genera un gobierno como el mexicano, que plantea una contrarreforma energética que ignora cualquier compromiso o contrato acordado con anterioridad y que incluso abiertamente proyecta expropiaciones de empresas. No hay inversión que se mantenga en ningún país bajo esas condiciones.
Y por otro lado está la obsesión por tener el control absoluto de todo y hacer lo que les venga en gana incluso en materia de política monetaria. Lo que explica la sorpresiva noticia de que el presidente López Obrador “reconsideró” el nombramiento del ex secretario de Hacienda Arturo Herrera como próximo gobernador del Banco de México y retiró la propuesta del Senado, para seguramente buscar colocar a quien le obedezca ciegamente en lugar de alguien que evite que, como en tiempos de Echeverría –a quien cada día López Obrador se parece más, y en lo peor-, se ponga en marcha la “maquinita de hacer billetes”.
Quienes no sepan lo que eso implica, deberían preguntar. Es condenar el futuro.
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