Regularmente las familias llegan y se acomodan frente a la tumba del ser querido y montan el popular altar de muerto, integrado con elementos a la memoria del extinto, como sus alimentos y bebidas favoritas, algunos recuerdos personales, fotografías, que se coronan con la flor de cempasúchil de vivo color naranja y se mezcla con los aromas de las frutas, el ocote y el incienso. Sólo en México, la muerte se canta a todo pulmón, se escuchan temas como Te vas ángel mío, Puño de tierra y sin faltar Amor eterno del queridísimo Juanga.
En cada región, el altar representa la bienvenida a los ‘muertitos’ que vienen de visita después de un largo recorrido desde el Más Allá. No puede faltar estos días en la mesa de los mexicanos el pan de muerto, panes redondos y de color rosado que, junto con las cañas, simbolizan los huesos de los occisos que también suele colocarse en cada altar. Es una de las fiestas más coloridas, donde la muerte se sienta a mesa con uno a cantar canciones de José Alfredo Jiménez, como aquella que dice: «La vida no vale nada». Sólo en México la muerte es amiga de pobres y ricos.