Sergio González Levet / No cabe duda que el arte tiene la capacidad de hacer excelsas algunas obras que tuvieron un origen oscuro y/o inconfesable.
Tal es el caso de una de las novelas más famosas del siglo XX, Casi el paraíso del escritor Luis Spota.
Resulta que esta narración magnífica fue escrita por encargo y como una venganza, dicen, de la esposa de don Adolfo Ruiz Cortines, la señora María Izaguirre, quien le pidió al autor que escribiera la historia que había sido escandalosa de un gigoló italiano, quien se había hecho pasar por un príncipe cuando en realidad era hijo de una prostituta de Nápoles. El impostor estuvo a punto de casarse con la hija de una familia poderosa en la época del alemanato; una familia que no había tratado bien en su momento a la esposa del Secretario de Gobernación, que a la postre terminó por convertirse en la primera Dama de la República; una dama, por cierto, muy poderosa y vengativa.
Hugo Conti es el nombre del italiano que aparece como protagonista de la novela cuya historia fue narrada magistralmente por don Luis, que es uno de los escritores más talentosos de México, a la par de plumas como la de Juan Rulfo, José Emilio Pacheco o Carlos Fuentes.
El libro resultó un éxito editorial no tanto por la escabrosa anécdota que incluía sino por lo bien contada que fue la historia.
Casi el paraíso describe con maestría una época fundamental de la historia política mexicana.
Es el inicio de los gobiernos civiles, cuando la Revolución se bajó del caballo y se trepó en un auto lujoso; cuando empezó la corrupción rampante con sus camadas de nuevos ricos, hechos al calor de los jugosos presupuestos públicos.
Conti llega al México de la posguerra y aprovecha la prosperidad y la impunidad de los políticos mexicanos.
u historia es una denuncia y una burla en contra de funcionarios tan ladrones como ingenuos, tan experimentados para ejercer el poder como tontos para robar, aunque de una manera, digamos, pudorosa, si eso es posible.
El éxito no le fue perdonado a Spota y fue ninguneado por la crítica literaria al uso.
Se le catalogó como un escritor de segunda, productor de bestsellers en la peor acepción del término.
El colmo para los puristas literarios fue la íntima relación de Luis Spota con las organizaciones del boxeo mexicano. Nunca le perdonaron que estuviera más cerca de las cuerdas de un cuadrilátero que de las aulas de la academia.
Pero él siguió escribiendo novelas magníficas y vendiéndolas como pan caliente.
Releer a Spota es vivir el nacimiento del México moderno.
Y además es muy entretenido.
En verdad que don Luis es toda una alternativa para el ocio y la soledad de la pandemia.
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