Fernando Padilla Farfán / Las torrenciales lluvias que han azotado al país dejando a su paso fuertes daños materiales y pérdida de vidas humanas, son el resultado de las prácticas incorrectas como el uso excesivo del automóvil, la deforestación y el crecimiento de las zonas urbanas sin criterio sustentable.
La fuerza de destrucción de la naturaleza a los bienes de las personas, es directamente proporcional al daño del hombre a la Tierra. A mayor daño al medio ambiente, mayor será la reacción de la Tierra. Por lo tanto, las condiciones climáticas serán cada vez más extremas.
Los niveles de temperatura han batido récord. Donde el clima era templado, ha habido olas de intenso calor. Donde no hacía frío hasta ha nevado. Los climas están cambiando y no hay forma de detener el fenómeno. Las intensas sequías están provocando escases de cultivos y de agua dulce. No dimensionamos la escases porque cuando vamos al “súper” vemos los anaqueles llenos de todo tipo de productos.
Lo grave es que el calentamiento global está provocando el deshielo de los grandes icebergs que están en los polos: el del norte y el del sur. Sabemos que eso está ocurriendo, pero lo vemos lejos, ajeno a nosotros. No tenemos la menor idea de lo que va a representar en el mundo de nuestros hijos o nietos. No más allá.
La teoría que expongo la trataré de explicar con la mayor claridad posible. Veamos.
En los polos hay grandes montañas de hielo. Todo ese volumen que pesa billones de toneladas se está derritiendo por el calentamiento global. Hasta ahora se habría perdido 9.7 billones de toneladas. Se nota poco el crecimiento de los mares. Sin embargo, al ritmo de deshielo actual, no pasarán muchos años para que todo ese hielo se convierta en agua y baje a todos los mares del mundo. ¿Eso qué significa? Pues nada más y nada menos que al elevarse el nivel de los mares desaparecerán las playas de arena de cualquier parte del planeta.
Lo peor es que las ciudades que están a nivel del mar, quedarán bajo el agua. Desaparecerán calles, complejos industriales. Las ciudades unidas por carreteras con trazos costeros quedarán incomunicadas. Imposible hacer carreteras alternas, el costo sería inaccesible para cualquier gobierno. A lo anterior se agregaría lo que significa construir nuevas ciudades en zonas más altas. Ni rastro quedaría de los puertos y aeropuertos que están cerca del mar. Viajar a otros países sería una meta difícil de cumplir.
La infraestructura hospitalaria sería insuficiente para atender las nuevas enfermedades. Las pandemias asolarían poblaciones enteras.
Al tétrico panorama se sumaría otro espantoso fenómeno: al subir el nivel de los mares, los ríos del mundo no podrían descargar sus aguas en los océanos, retrocederían provocando crecientes e inundaciones.
Al enfriarse los mares por el hielo derretido, se alteraría la fauna marina. Muchas especies desaparecerían. Los huracanes serían más intensos, más furiosos. Los barcos de carga y los cruceros tendrían problemas para atracar. Los muelles sufrirían alteraciones. Los hoteles de la playa terminarían convertidos en arrecifes al paso de los lustros.
No podríamos disfrutar de las playas, serían agrestes, sinuosas.
Bueno, todo lo anterior es grave, pero ahora viene lo peor.
Al moverse el peso del hielo de los polos a la franja del ecuador, la velocidad de la tierra disminuiría al grado de que los días podrían ser hasta de 28 horas. el eje imaginario sobre el cual rota la Tierra, sufriría un desplazamiento y, en lugar de los giros de 24 horas, que son el día y la noche; podrían ser de 30 horas, o un poco más. Los días más largos, las noches también. Se modificarían las estaciones del año. Las zonas cálidas se tornarían frías, y las frías en calientes.
Y todo esto por culpa y gracia de los huéspedes de esta gentil y noble Tierra: Tú, y yo.