Y sigue el de Cuitla

Cuitláhuac García Jiménez FOTO: WEB
- en Opinión

Sergio González Levet / Es una farmacia en el centro de la ciudad. Alineados frente a la caja hay varios clientes.

Entra una señora, se acerca al cajero y le dice:

–disculpe, joven, ¿tiene Barmicil, para ponerme en la cola?

El muchacho sigue cobrando a los clientes, pero alcanza a responder a la dama:

–sí, tengo, señora, pero esa pomada es para ponerse en la cara.

La preguntona hace un mohín y le replica al empleado:

–Yo le pregunté si tiene Barmicil, ¡para colocarme en la fila!

El chiste es posible por una particularidad que tiene el lenguaje humano, sin importar el idioma, la plurisignificación.

Eso quiere decir que un mismo enunciado puede significar más de una cosa.

Esa cualidad es la que permite que digamos cosas que no existen. Por ella es que podemos hacer novelas y cuentos, y podemos crear poesía.

Y también, ay, es la que hace posible que digamos mentiras.

Imaginen una lengua que obligara a construir siempre enunciados totalmente apegados a la realidad. La vida sería más difícil y más ruda, porque no tendríamos la oportunidad de soltar mentiras piadosas, o de exagerar el alcance de nuestros actos, para encandilar a los ingenuos.

¿Qué haría, por ejemplo, nuestro gobernador Cuitláhuac García Jiménez si no pudiera imitar a su patriarca y se viera obligado a decir en su informe de Gobierno, cuando le toque en noviembre, que su administración no ha hecho nada loable?

Claro, si dijera la verdad en un arranque de honestidad, sería reprobado por el gurú de gurús, convertido en el rey del autoditirambo.

No obstante, con toda seguridad los veracruzanos le agradeceríamos que ya no nos quisiera ver la cara de majes, porque nomás no le sale.

Imaginen la lectora cruel y el sonoro lector al actual mandatario jarocho mientras reconoce -dicho con acento puro tabasqueñizado– que lo único bueno que hizo fue el rescate urinario y gratuito de las vejigas de los usuarios y visitantes de las gasolineras.

–¡Claro que ya no cobran! –exclamaría con entusiasmo y esperaría a que se desatara la salva de aplausos (¡a ver a qué horas, ball eigth!).

Pero no, porque el lenguaje nos permite mentir, y él no va a desaprovechar la oportunidad de ser igual a su líder, a su maestro y a su guía; a su creador, al que le debe todo lo poco que es y lo mucho que no ha podido ser.

La verdad, qué lástima…

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