Jorge Flores Martínez / Yo mismo soy resultado de migrantes y migraciones, mis cuatro bisabuelos eran españoles: dos cántabros, uno asturiano y otro soriano. Es seguro que ellos mismos sean resultado de migraciones y migrantes propios de la península ibérica en su milenaria historia.
Uno de mis abuelos era español, migró a México a los 12 años, hizo su familia y se naturalizó mexicano a los pocos años de nacer mi madre. Mi abuelo paterno era hijo de español y de indígena mixteca. Juan y Petrona. Mi abuela paterna era hija de un asturiano y una mestiza de la que tengo noticias que tenía algo de sangre negra, después de todo, en un estado como Veracruz esto no es nada raro.
De mi bisabuela Petrona, la mixteca, solo tengo pocas fotos, era muy bajita de estatura y de rasgos indígenas fuertes, su esposo, un español muy alto. Por cierto, tuvieron 11 hijos de la mayor variedad posible.
La familia de mi madre es completamente española, mi abuela Cristina era una bellísima mujer, mi madre no lo es menos, solo que una tenía los ojos verdes y la otra los tiene azules.
La familia de mi padre es el perfecto mestizaje, abuelos españoles y abuelas de origen indígena y, como dije, posiblemente negro. Mi abuela Consuelo, vivió toda su infancia en Gijón, España, era una mujer bella, elegante y muy culta, su madre, mi bisabuela Ana, era obrera en una fábrica textil, aprendió a leer de forma autodidacta, se casó con el gerente de la fábrica y, a pesar que la trate poco, murió cuando yo tenía 8 o 9 años, es la persona más inteligente que he conocido en mi vida.
La familia de mi esposa tiene una historia parecida, su familia materna viene de Cabrales, Asturias, y por el paterno vienen de Oaxaca y posiblemente de Cataluña, no hay mucha claridad del origen de su apellido.
Hay momentos que pienso en mi posible origen negro, dicen que mi tatarabuelo era un músico negro de Coyolillo, Veracruz. Me imagino su historia y cómo el destino lo dejó involuntariamente en estas tierras, seguro alguno de sus ancestros fue esclavo.
Estoy profundamente orgulloso de mis orígenes y de las venturas y desventuras que vivieron. Un bisabuelo fue soldado español en la guerra hispano-estadounidense de 1898 en Cuba y al perder emprendió su viaje a México en busca de un mejor futuro. Mi otro bisabuelo, ya en su vejez, escribió una carta donde dice que lo que más le dolía fue no haber vuelto a ver a sus padres. El padre de mi madre fue un español fantástico, migró muy niño a México y aquí hizo una bella familia, su corazón siempre estuvo partido, en su tierra y su gente allá y su Coatepec y su familia aquí.
Estoy seguro que no migraron por gusto, los obligó la necesidad y la pobreza. Fue el hambre y la esperanza de una mejor vida. Menos la historia de mi ancestro negro, él no migró, a él lo migraron a fuerza de su tierra africana.
Cuando los políticos hablan de pureza, razas y origen hay que tener mucho cuidado, ese es el discurso del demagogo, del nacionalista autoritario que solo quiere alimentar su ego insaciable con sus incendiarias palabras. Los mexicanos somos mucho más. Somos resultado de la unión de enormes culturas que nos conforman con una riqueza increíble y maravillosa. Estúpido querer borrar una parte de nuestra herencia solo para ajustarse a la narrativa de un discurso demagógico y de una interpretación deformada de la historia.
Las mismas poblaciones indígenas son producto de migraciones, los aztecas venían del mítico Aztlán, y ya asentados en su pequeño islote en el lago de Texcoco, se llamaron asimismos mexicas. Posiblemente muchas poblaciones aledañas tuvieron que migrar por malas cosechas o vecinos belicosos como los mexicas.
Ya para terminar, todos los habitantes originales de América vienen de Asia y toda la humanidad, me refiero a todos los casi 8 mil millones de seres humanos, venimos de un rincón apartado de África.
Hablar de resistencia indígena y construir pirámides de cartón con luces de neón de colores en el Zócalo capitalino es una estupidez, mejor construyamos un México donde todos estemos incluidos y considerados en lo que somos y queremos ser como país.
También estaría muy bien que no golpeáramos a los migrantes centroamericanos.
No vaya a ser que en 500 años llegue un loco a hablar de la resistencia centroamericana y ordene marchas de miles de centroamericanos con antorchas dando de vueltas al zócalo de la Ciudad de México.
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