Y luego esa selección de títulos que, por supuesto no son malos, al contrario, son muy buenos, pero son para lectores avezados, no para aquellos que se inician en la lectura: “La revolución de independencia”, de Luis Villoro; “Canek”, de Emilio Abreu; “Tomich”, de Heriberto Frías; una antología de poesía mexicana del siglo XIX; “Y matarazo no llamó”, de Elena Garro; “Tiempo de ladrones”, de Emilio Carballido; “Los de abajo”, de Mariano Azuela. “El libro vacío”, de Josefina Vicens; “Noticias biográficas de Insurgentes apodados”, de Elías Amador; “El laberinto de la soledad”, de Octavio Paz, y “Apocalipstick”, de Carlos Monsiváis.
Otro intento que se augura fallido, de un gobierno que no entiende que el fomento a la lectura inicia en casa, con el ejemplo. Pero si la casa fala está la escuela, y si la escuela falla están los promotores de la lectura que tratan al novel lector como a una persona que debe ver al libro como a un amigo. El fomento a la lectura es un acto íntimo, personal, libre de imposiciones.