Yo no estoy a favor del aborto. En casa se estudiaba la Biblia y me enseñaron que se debe respetar la vida; que abortar es un crimen a los ojos de Dios. Si un familiar o una amiga que estuviera encinta me preguntara si debe abortar o no, yo le aconsejaría que no lo hiciera. Daría ese consejo porque así sería fiel a mis principios. Sin embargo, si esa persona decide abortar yo no se lo puedo impedir, porque cada quien es responsable de sus actos a los ojos de Dios. Tampoco voy a ir a buscar un policía para que la arreste, ni la llevaría a juicio porque no conozco el contexto de su circunstancia, y si acaso lo conociera, deberé entender sus razones y al mismo tiempo respetarlas.
Siempre he creído que la iglesia se opone a la despenalización del aborto porque en ello va su derrota; la derrota moral de una institución que no pudo forjar una feligresía fiel, con un concepto elevado de la vida. Este martes 20 de julio el Congreso del estado despenalizó el aborto al avalar una reforma al Código Penal que permite la interrupción legal del embarazo hasta las 12 semanas.
Por supuesto, en la sociedad, así como en los partidos políticos hay grandes desencuentros sobre este tema. Es uno de los temas en los que nadie se puede poner de acuerdo. Es por ello que las manifestaciones a favor y en contra seguirán. Pero la verdad es que una ley que criminalice a las mujeres que abortan no ha impedido que ellas sigan abortando; una mujer decidida a abortar lo va a hacer, con la ley en contra o con la ley favor. Pero insisto, si a mí alguien me pregunta si debe o no debe abortar mi respuesta firme siempre será “NO”.
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