Fue víctima de una despiadada política racista. Por su estadía en la cárcel perdió los funerales de su madre y no pudo ver crecer a sus propios hijos. Sin embargo, con gran estoicismo, superó todas esas adversidades por el gran amor que tenía por Sudáfrica, su tierra.
Cuando llegó a ocupar la primera silla de su país, en lugar de comenzar una cacería de brujas y de llenarse de rencor, prefirió la política de la reconciliación; su grandeza puso los cimientos de una Sudáfrica que cerraba sus heridas a una cruel política del apartheid. No por algo Pablo Milanés escribió sobre de él las siguientes notas: «Mandela, que encuentro tan fecundo, poder cambiar tu mundo, y el modo tan hermoso, de quererlo eternizar».