Salvador Muñoz / En épocas de injusticia, de gobiernos opresores, de gente lastimada, surgen héroes, mitos, leyendas que ayudan a generar esperanza en el pueblo sometido a la tiranía… Así, recuerdo haberme encontrado en los rincones de la casa del abuelo, un enorme libro lleno de letras y escasas ilustraciones, pero con un nombre que me resultaba atractivo para mis menos 10 años: Robin Hood. Devoré la historia de ese hombre que con ayuda de sus forajidos, robaba a los ricos para darle a los pobres y cuando así lo requería, el Pueblo al que proveía y ayudaba, le devolvía el favor protegiéndolo de las huestes del Príncipe Juan y su Sheriff.
Escocia igual tuvo un héroe, Rob Roy (Roberto el Rojo), quien refrescó la memoria colectiva cuando Liam Neeson, a finales del siglo pasado, interpretó al personaje que cuenta la leyenda, fue víctima de las triquiñuelas de los poderosos de Escocia del siglo XVII o XVIII. La lucha por recuperar sus tierras y la persecución que sufrió, dio lugar a que los escoceses de aquellos tiempos, brindaran fantásticas historias en torno a Rob Roy, adorado por su pueblo.
En México igual tuvimos nuestro “Robin Hood” con Jesús Arriaga, mejor conocido como Chucho El Roto. San Juan de Ulúa siempre da lugar para platicar al turista de esta leyenda de finales del siglo antepasado, que logró escapar de la prisión que era considerada la más terrible de la época del porfiriato. Le decían El Roto porque cuentan que le gustaba vestir como los ricos. Tuvo una banda y de lo robado, ayudaban a los más necesitados. Sí, igual que con los anteriores, el pueblo lo veneraba y si podía, lo protegía.
José de Jesús Negrete Medina fue otro bandido bienhechor. Defensor de los pobres y de los oprimidos es otro mexicano que cae en la categoría de los “Robin Hood”. Su historia igual surge durante el Porfiriato. A José de Jesús se le conoce como El Tigre de Santa Julia y quizás se hizo más conocido por la forma en que lo capturaron que ni al caso tiene ponerla porque si no lo sabe, entonces al lector “lo agarramos como al Tigre de Santa Julia”.
Otro suceso como los anteriormente platicados, igual se da en el Porfiriato con Jesús Malverde, El Bandido Generoso o El Ángel de los Pobres, sólo que con un giro extraordinario: tiene grado de Santo para sus seguidores. Su vida, de acuerdo a las leyendas, se desarrolla en la pobreza y formando una banda, roba al rico del estado de Sinaloa, para ayudar al pueblo que a su vez, lo protegía con su silencio. El gobierno lo captura, lo decapita y ordena que su cabeza cuelgue de un árbol. Acá, lo extraordinario: la gente empezó a adjudicarle “milagros”, a adorarlo, venerarlo, cual Santo aun sin reconocimiento de la Iglesia… se volvió el Santo de los pobres y también de los narcos, de los contrabandistas, de los ladrones…
Cuando a finales de los 80 detienen a Caro Quintero, escuchaba las historias de pobladores que les parecía injusta la detención del narcotraficante porque gracias a él, había progreso en sus poblados, tenían trabajo, dinero… de cierto modo, el pueblo de Sinaloa lo defendía… otra leyenda que se cuenta en torno a él tras su detención, era que Caro Quintero aseguraba que si era liberado, “él pagaría la deuda de México”.
A partir de Caro Quintero surge ese mito de la Narco-Filantropía aderezada con caminos, trabajo, progreso que en un momento igual alcanzó a Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, a quien se le pudiera agregar otro ingrediente más: ¡Admiración!
El pueblo mantuvo su malestar con el Gobierno opresor, tirano, dictador, pero redirigió su respeto, admiración y veneración a otra entidad, ya no al ladrón, al bandido, al forajido… ahora es al narco.
Así, el Pueblo protegió a Robin Hood… así, el Pueblo protegió a Rob Roy… así, el Pueblo protegió a Chucho El Roto… así, el Pueblo protegió al Tigre de Santa Julia… así, el Pueblo admiró a Caro Quintero… así, el Pueblo admiró al Chapo… así, el Pueblo protege y admira a López Obrador…