Cuando veo derribado el enorme árbol de hule que se encontraba en el Paseo de las Palmas en Xalapa, recuerdo de las palabras de Daniel al rey Nabucodonosor: «El árbol que contemplaste, que se hizo grande y llegó a ser fuerte, y la altura del cual finalmente alcanzó a los cielos, y que le era visible a toda la tierra, y el follaje del cual era hermoso, y el fruto del cual era abundante, y en el cual había alimento para todos; debajo del cual las bestias del campo moraban, y en las ramas mayores del cual los pájaros de los cielos residían, eres tú, oh rey, porque te has hecho grande y has llegado a ser fuerte, y tu grandeza se ha hecho grande y ha alcanzado a los cielos, y tu gobernación hasta la extremidad de la tierra».
Daniel le daba al rey la interpretación de su perturbador sueño, y comparaba al rey con un árbol que, como el árbol de hule, habría de ser derribado. Xalapeños de muchas generaciones conocían ese árbol al que acudían a cobijarse en su sombra; debajo del árbol también moraban las bestias del campo y en sus ramas los pájaros debieron hacer nidos. Pero el árbol se deterioró y no lo sabíamos.
Lo veíamos con su exuberante follaje, con sus hojas enormes, que pensamos gozaba de gran salud. Afortunadamente, nadie salió lesionado cuando al árbol lo derribó el deterioro. El árbol del sueño, le dijo Daniel al rey, eres tú. El árbol de hule del Paseo de las Palmas, somos nosotros; aunque ese árbol esté derribado, aunque sólo queden sus restos en la tierra, el árbol continúa erguido en nuestro recuerdo, en nuestros sueños.
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