En 2020 la UV pasó al lugar 136, con un puntaje de 35. En 2021 hubo otro retroceso, la UV bajó al lugar 138, con 32.5 puntos. Duele reconocerlo, pero ese es el lugar de la Universidad Veracruzana en Latinoamérica; es el lugar en el que Sara Ladrón mantuvo siempre a nuestra máxima casa de estudios. Claro, ella podrá decir misa, podrá decir que salvó muchas cosas del naufragio, que se enfrentó a los gobiernos corruptos, que peleó porque le devolvieran a la UV los recursos que merecía; un discurso que suena vacío después de ver las estadísticas, fríos números que nos restriegan la verdad en la jeta.
Sin embargo, a pesar de Sara Ladrón, la grandeza de la UV se mantuvo en muchos de sus académicos, de sus maestros, de sus alumnos, de sus egresados. Y eso porque la UV no es la rectoría, no es un edificio lleno de funcionarios, muchos de ellos incompetentes. La universidad está en uno, en cada trabajador que cumple, en cada maestro que disfruta de dar clase, en cada alumno que se delita en aprender, en cada egresado que pone en práctica lo aprendido. Afortunadamente Sara Ladrón no tuvo influencia ahí.