Sergio González Levet / Ayer, sumergido en la euforia por la gran participación ciudadana en las votaciones, del histórico domingo 6, exageré de varias formas al calificar como magnífica en su conjunto esa jornada cívica.
La felicidad siempre contagia un rasgo de ingenuidad, ustedes disculpen.
Lo cierto es que en esta elección, la más grande de la historia del país, no solamente hubo algunos prietitos en el arroz y varios incidentes, sino que estuvo plagada de irregularidades cometidas por la autoridad y de violencias generadas seguramente por grupos delincuenciales, que estuvieron operando con toda libertad desde las mismas campañas.
No por nada hubo más de 80 aspirantes asesinados, la mayoría provenientes de partidos de la oposición. Sólo consigno el dato.
A los sospechosistas que nunca faltan se les hace extraño y hasta estrambótico que un gobierno con tan pésimos resultados como el de Cuitláhuac García haya obtenido la copiosa votación que le garantizó la mayoría absoluta en la Legislatura estatal y en el número de alcaldías.
Como que tantas victorias no se conllevan con la percepción ciudadana de que el Gobernador de Veracruz, el Góber Cuitla, no es un funcionario eficiente.
Resulta difícil creer que alguien que se expresa tan mal en público, que lo hace tan lastimosamente, ejerza un liderazgo digno de un Winston Churchill, de un Barack Obama.
Y es que los prohombres, los estadistas, hablan y se comportan como prohombres, como estadistas, dijera Perogrullo.
Recuerdo un pasaje del Cantar de mío Cid (1200 d.C.), cuando el cantor se queja de una infamia más que hizo el rey Alfonso VI en contra de su más leal caballero, don Rodrigo Díaz del Vivar, el Cid Campeador:
“¡Dios, qué buen vasallo!
“Si hubiese buen señor…”
Esa envidia malsana y turbulenta del gobernante estulto en contra de su gobernado fiel y capaz, bien podría aplicar para cualquier veracruzano ante su autoridad.
¿Y así votaron por él?
Es sospechoso, no cabe duda…