Dice el presidente López Obrador que el resultado de las elecciones del 6 de junio «va a favorecer que continúe el proyecto de nación de transformación de México, pues se pueden imaginar cómo estoy: feliz, feliz, feliz». Lo dice Andrés Manuel porque sabe que el 6 de junio pudo ser su Waterloo, y sin embargo, a pesar de que no tendrá mayoría calificada en el Congreso, logró mantener su mayoría simple, y eso en alianza con los partidos con los que formó coalición.
Sin embargo, el gran triunfador de la contienda resultó ser el Instituto Nacional Electoral (INE), ese al que AMLO estuvo dándole batalla durante toda la jornada electoral, esa institución que Monreal y Mario Delgado querían mandar al diablo; esa institución que fue objeto de hostilidad por parte de todos los fanáticos de López Obrador que ahora sabemos, no se han acabado, sólo permanecen escondidos como las sabandijas que son.
El INE le tapó la boca a López Obrador, quien en su conferencia mañanera presume los resultados de su partido sin cuestionar al árbitro electoral. La participación en esta elección fue superior al 50 por ciento, lo que resulta inusual para una elección intermedia. Los incidentes fueron menores; más del 99 por ciento de las casillas fueron instaladas y los representantes de casilla, como siempre, estuvieron haciendo una labor loable.
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