Señala el poeta Octavio Paz: «El solitario mexicano ama las fiestas y las reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse. Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias hombres y acontecimientos. Somos un pueblo ritual. Y esta tendencia beneficia a nuestra imaginación tanto como a nuestra sensibilidad, siempre afinadas y despiertas». Pero, después de la fiesta, ¿qué? Salieron los aficionados al futbol a las calles a celebrar el campeonato del Cruz Azul después de 23 años de no serlo. Salieron a las plazas haciendo suyo ese triunfo que se consumó en un partido de futbol bastante mediocre; pero de eso nadie se da cuenta.
Se olvidaron de sus muertos por el coronavirus, de la falta de empleo causado por el mal gobierno y la pandemia; se olvidaron del precio del gas y de la gasolina. Como dice Paz, detuvieron la marcha del tiempo y bebieron de un triunfo que no les pertenece. Quizá por ahí alguno apostó alguna cantidad y ese pueda ser su galardón, su salario del triunfo, pero la mayoría sólo festeja porque, en medio de tanta derrota, quiere sentir que es parte de la victoria. Ya ganó el Cruz Azul, ya es campeón.
Seguro los jugadores tendrán un bono de victoria con el que podrán comprarse un Ferrari, una casa, o podrán hacer un viaje a Europa. ¿Y usted? Al día siguiente, sus familiares muertos por el covid no resucitaron, usted sigue sin empleo, la gasolina y el gas sigue subiendo, sigue debiendo 5 meses de renta, la vida sigue su marcha. Detener el tiempo por un momento es sólo una ilusión. Cruz Azul es campeón, pero el país sigue derrotado.
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