Paternalista hasta más no poder, su proyecto de nación descansa en programas sociales que cobijan a millones de ciudadanos envejecidos y a una horda de jóvenes que no estudian ni trabajan. Desde luego que estamos de acuerdo en que se debe de apoyar a las personas de la tercera edad, muchos sólo cuentan con el apoyo gubernamental, no obstante, el apoyo a los jóvenes debe estar más enfocado en una verdadera capacitación para el trabajo y no sólo a endilgarlos en empresas que se ahorran lo salarios de los supuestos aprendices.
El presidente busca combatir la pobreza con Mejórales, no busca atacar la raíz del fenómeno; no es lo mismo dar de comer que enseñar a ganarse el alimento. Desde luego que se necesita ser muy ingenuo para darse cuenta que estas ayudas clientelares tienen el propósito de esclavizar las voluntades para un mezquino uso electoral. Lo realmente preocupante es que sólo muy pocos de sus cercanos se atreven a contradecirlo, claro que los que se han atrevido, son relegados o marginados en el ostracismo de su atrevimiento.
Ahí tenemos el caso de Porfirio Muñoz Ledo, a quien una fauna de mujeres incondicionales de AMLO se atrevieron a acusarlo de acoso sexual. O cómo olvidar la cruzada que lanzó en su contra Mario Delgado, quien finalmente le negó y cerró la puerta para que pudiera reelegirse como legislador. Cuesta trabajo reconocer que México vuelve a ser esclavo de la voluntad de un sólo hombre.
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