Jorge Flores Martínez /
“México tiene dos opciones: avanzar hacia la democracia o al autoritarismo”.
Porfirio Muñoz Ledo
En unas semanas los mexicanos seremos convocados a votar y lo haremos en un clima de incertidumbre política muy complejo, con un presidente que no deja de confrontarse con enemigos y batallas interminables que, por momentos, parece que solo se encuentran en su imaginación, no existen en el resto de los mexicanos esa lucha de liberales contra conservadores del siglo XIX, la realidad ahora es mucho más compleja de lo que él puede o quiere aceptar.
El mundo se debate en otras realidades de las que nuestro presidente no quiere enterarse. El cambio climático, reactivación económica, la era postcovid o cambio energético, son agendas ajenas y lejanas en Palacio Nacional, simplemente no existen, no nos afectan, ya no somos parte de la comunidad internacional, poco a poco nos convertimos en miembros del grupo de los países desecho.
En el plano nacional las cosas no son mejores, la demolición de las instituciones democráticas es a pasos agigantados; la agenda feminista no existe en la transformación prometida, la transparencia gubernamental es un estorbo y los Derechos Humanos de los mexicanos no son para nada una prioridad.
Tal parece que construimos un sistema político de un solo hombre fuerte. Esa, todo lo indica, es la ruta marcada de la transformación prometida y en la que millones de mexicanos construyeron su esperanza hace unos años.
En las próximas elecciones nos acercamos al punto de no retorno, ese en el que lo único que falta es el aval de un resultado favorable al gobierno que le permita de una vez por todas develar las verdaderas intenciones que han mantenido relativamente ocultas a todos. Un México sin mundo y un mundo sin México.
Es claro que en las próximas elecciones del 6 de junio una de las opciones no parece del todo buena, es más, dista mucho de serlo, pero es la opción que tenemos. Después, y solo después de reconstruir de alguna forma el equilibrio de poder en nuestro México, será el momento de debatir el modelo de país que queremos y deseamos para nuestros hijos y nietos, pero en un debate en el que todos estemos incluidos y considerados democráticamente.
La otra opción que tenemos más bien parece una sentencia, el México donde la “justicia” dictada desde el estado de humor de un hombre siempre estará sobre el derecho de todos. El México de la información oculta y las libertades restringidas será una realidad, ese en el que lo que quiere el presidente se hace sin cambiarle una coma, aunque sea inconstitucional, no importa, es lo que quiere el presidente y lo que él quiere es lo que el pueblo quiere y desea. El país del gran interprete del pueblo, ese, el de la Cartilla Moral donde el poder dicta nuestro comportamiento moral y no son las leyes las que nos rigen.
Esta opción es regresar a un instituto electoral controlado por los intereses del presidente, donde sin opción a nada, votaremos y votaremos con el mismo resultado siempre. Regresaremos a la retórica de la política del pasado como futuro, que será la justificación eterna de nuestro fracaso. Vamos sin pausa y con prisa al México del que creímos habíamos escapado.
Ese México donde nuestras libertades serán observadas en todo momento; nuestras vidas mostradas descaradamente en caso de desobediencia, y nuestros pensamientos cuestionados por un régimen que sin rubor podrá decir que somos traidores a la transformación prometida por solo pensarlos.
Es la opción de una transformación que nunca podrá tener éxito, porque se basa en utopías rebasadas en el mundo desde hace décadas, pero de la que siempre seremos responsables de su eterno fracaso. El líder no se equivoca, es la falta de lealtad y entusiasmo del pueblo la culpable.
Así que me permito corregir a Porfirio Muñoz Ledo.
No tenemos dos opciones, en todo caso, una es una opción y la otra es una sentencia.
No se trata de impedir un proyecto, es que este sea debatido y consensado entre todos. Ponerle un límite al poder siempre es buena idea.
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