El Peje, en el callejón de los madrazos

Andrés Manuel López Obrador FOTO: WEB
- en Opinión

Edgar Hernández* / 

¡Y por si fuera poco, en Veracruz se impone la “Ley Garrote”!

Cuando estalló la guerra civil en Nicaragua hace poco más de tres décadas, el detonador que derrumbó a la añosa dictadura que detentaba Anastasio Somoza Debayle bajo el disfraz de una presidencia democrática, fue el asesinato de un periodista, Bill Stuart, a manos de un soldado a quien se le hizo fácil, so pretexto de la insurgencia, pegarle un balazo en la nuca.

El generalato y el jefe de ellos, Somoza, jamás imaginaron que si ya habían masacrado a 62 mil nicaragüenses disidentes, qué más daba uno más; sobre todo si era un incómodo periodista que daba voz a la guerrilla del Frente Sandinista.

Tras la muerte de Stuart ya nada sería igual.

El gremio periodístico local de la mano de 800 corresponsales de prensa de todo el mundo estacionados en Managua, se sumaron en una protesta generalizada exigiendo el esclarecimiento del artero crimen en donde por respuesta el gobierno dijo que el periodista había ido a provocar al milico.

No contaban las autoridades con que, si bien el soldado destruyó la cámara de video después del atentado, jamás se enterarían que todo había quedado registrado en la casetera que era parte del equipo de grabación.

El video circuló por todo el mundo sumando reclamos tras reclamos encabezados por la ONU y la Casa Blanca, a los hicieron eco una veintena de países de América Latina que rompieron con el régimen.

Mientras, empresarios locales, la iglesia, los partidos políticos opositores y la gente de la calle, ese pueblo desposeído que por décadas observó y admitió paciente el desmesurado abuso de poder pero cuando se levantó para exigir su libertad, no hubo barricada que contuviera a los valientes jóvenes a las mujeres guerrilleras a los campesinos cuya única arma era su machete o a los ancianos que se fueron a la montaña a pelear, ello sin descontar a las amas de casa que alentaban a la familia a luchar por la causa que creían.

En 63 días se derrumbó una dictadura de 60 años.

Anastasio Somoza, tras el exilio, se refugiaría en Miami de donde fue echado a patadas para finalmente recibir el cobijo de Paraguay donde una dictadura similar, la de Stroessner, lo acogió hasta que una mañana cuando circulaba con su Mercedes Benz, por céntrica avenida de la capital, Asunción, un disparó terminó con su vida.

Fue un disparo de bazooka.

La evocación viene a cuento por las condiciones de abuso de poder que viven México y su ciudadanía desde la instalación de la llamada Cuarta Transformación que proclama justicia social con un toque comunistoide.

Viene a cuento porque al igual que Hugo Chávez, Maduro, el Castrismo de hoy en Cuba y los regímenes extremos de Honduras, Brasil y Nicaragua, México transita por esas veredas, por esos vericuetos que no llevan mas que al paroxismo ciudadano que eventualmente podría reventar en una revuelta social.

Al igual que la vieja Nicaragua en donde la orden era abrir el mayor número de cuarteles encabezados por expertos de West Point, en México han proliferado claustros castrenses de este tipo.

Ello, sin embargo, no detiene una insurgencia.

Al igual que en El Salvador con el “Frente Farabundo Martí”, o los “Montoneros” de Argentina, ni el ELN de Guatemala, ni la propia Cuba de los barbudos encabezados por Fidel Castro, el pueblo necesitó de armas, solo una estrategia de guerra de guerrillas para emboscar a los militares y quitarles su armamento.

En México, por más que las encuestas coloquen al presidente de México, en la cima de la popularidad, es sensible el desacuerdo de las mayorías e inocultable como se ha partido en dos a la República, entre chairos y el resto.

Resulta imposible dejar de observar la embestida contra los adversarios del régimen, a quienes se les ha colocado como enemigos, como traidores a la Patria.

Son los corruptos, según el gobierno, que cuentan con la complicidad de la prensa chayotera, de los jueces venales, de las empresas inescrupulosas y los expresidentes interesados en destruir el propósito de quien nos gobierna.

Pulverizar la división de poderes; modificar la Constitución cada vez que alguien se oponga al mandato presidencial por la vía del amparo y regalar y más dinero a chairos, están mermando el ánimo ciudadano.

Y tal vez solo se necesite el pretexto de un muerto o de una “Ley Garrote” como la que instauró al gobierno de Cuitláhuac García en Veracruz, para detonar lo que nadie quiere, pero todos pensamos.

Tiempo al tiempo.

 

*Premio Nacional de Periodismo

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