«Lo vamos a meter al bote por revoltoso», decía Jaime Rodríguez el Bronco, gobernador de Nuevo León, a un maestro que se manifestaba pacíficamente en el año del 2017. Sin embargo, en el 2013, esa fue la marca que distinguía a los gobernantes sexenio de Peña Nieto. Huevones, revoltosos, mantenidos, de ahí no los bajaban a los maestros durante el sexenio de Enrique Peña Nieto. Fue inédito que, durante un partido de futbol, el equipo Monarcas, en ese momento propiedad de TV Azteca, mostrara ante la afición y a las cámaras, a los jugadores que en la parte delantera de su playera tenían una tarjeta roja y una leyenda que decía: «A los malos maestros».
Después seríamos testigos de cómo Claudio X. González y Alejandro Ramírez, dueños de Cinépolis, impulsaron un churro fílmico llamado De Panzazo, donde se ridiculizaba a los maestros y los hacían parecer como los únicos culpables del fracaso educativo en México. Por cierto, Carlos Loret de Mola se prestó para promoverlo. Hoy, ya sin la mal llamada Reforma Educativa, que obligaba a los maestros a evaluarse, las cosan no han cambiado como se esperaba. La deserción escolar, el bajo rendimiento en matemáticas y la poca comprensión lectora revelan que los maestros no son los únicos que cargan con la responsabilidad.
Este escenario se complicó más con la llegada de la pandemia, situación inesperada que obligó a los maestros dar clases a distancia y a los alumnos a estar enclaustrados en sus casas. Además, la brecha entre alumnos pobres y ricos sólo revela que las autoridades federales aún tienen una tarea pendiente con el alumnado, pero también con sus maestros. Hay memoria y los maestros aun no olvidan el agravio de haberlos señalado como los únicos culpables del estado en que se encuentra la educación en nuestro país.
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