Fernando Padilla Farfán / Gastamos mucho en elecciones, en campañas, pero somos los que menos invertimos en investigación y desarrollo. Los mexicanos somos gente creativa, tenemos ideas, inventiva, pero no potencializamos esas características en nuestro propio bien.
Nos gusta la comunicación, hablamos de los demás, pero no hablamos con los demás de lo que nos interesa, de lo que nos sirve para impulsarnos a crecer como personas, como miembros de una sociedad, como familia.
A pesar de que tenemos la tecnología para hablar con quien sea, al lugar del planeta que sea y al alcance de cualquier bolsillo; para intercambiar conocimientos o ideas que nos lleven al progreso, la estamos utilizando para perder el tiempo con palabrería inventada por los adictos a éstas nuevas formas de comunicación interpersonal. Pareciera que se pretende sustituir nuestro riquísimo lenguaje que durante siglos nos ha proporcionado cultura, conocimientos e ideas, por uno encriptado de difícil interpretación.
Somos entusiastas pero temerosos de la mirada ajena. Los que desde fuera escuchan nuestra voz dicen que es de resignación.
Tenemos características que nos distinguen y nos honran. El mexicano de todo se burla, de todo se ríe. Se ríe y se burla de la muerte porque es una forma de burlarse hasta de su propia vida; según Octavio Paz.
Tenemos patrones muy arraigados que tienden a repetirse. Unos, preservan nuestras tradiciones, otros, nos detienen como sociedad. Nuestros patrones son herencia de nuestros padres, aunque también existen otros factores.
Como individuos nos limitamos a ser receptivos en lo que conocemos. Nos informamos por la televisión, ni siquiera por la radio que al menos ejercitaría en algo nuestra imaginación.
Para modificar los patrones que en poco o nada nos ayudan, se requiere esfuerzo. Fácil sería a no ser que nadie hace un esfuerzo si no conoce el beneficio. Los patrones no son nuestra esencia, se aprenden; pero si nuestro cerebro es receptivo, si por comodidad no lo obligamos a que procese la información, si le damos todo digerido, nunca distinguirá la realidad del sueño. Nos debe quedar claro que el cerebro solo reproduce los patrones que conoce. Los patrones están interiorizados en nuestras neuronas, son el resultado de emociones y pensamientos.
En nada nos favorece que ante la crítica seamos susceptibles. En automático cerramos nuestros oídos a la crítica. No nos gusta ni la aceptamos. Urge transitar de agente pasivo a agente activo. Debemos darnos la urgencia de aprender a encauzar nuestras emociones y afinar nuestros sentidos. La espiritualidad, la meditación y la fe, no son monopolios de marca, podemos adoptarlos, nos hacen mucha falta. Recordemos que somos entes espirituales. Debemos darnos tiempo para estar con nosotros mismos, concentrar todos nuestros sentidos. Que no nos circunde la vorágine de las grandes ciudades. El altruismo fortalece nuestras estructuras internas y externas. Sabemos dar y sabemos recibir, pero es poco común que aceptemos nuestra responsabilidad, existe tendencia a evadirla. Somos un pueblo más de formas que de fondo, reconocemos y admiramos más la resistencia que el éxito. El mexicano lo perdona todo menos el éxito ajeno. Nos declaramos como país democrático, pero somos poco tolerantes. Suena a contradicción.
Y qué decir del chisme. El chisme es parte de las relaciones cotidianas. Especulamos, suponemos, enjuiciamos sin juicio, y somos abundantes en prejuicios. La cultura del “Radio Pasillo” juega importante papel en el ámbito político de México, y no se ve para cuando cumpla su ciclo de utilidad para los políticos.
Nuestra historia como país ha estado dominada por la versión simplista y maniquea de héroes y villanos, de buenos y malos.
Somos un pueblo muy ingenioso y solidario con las desgracias. Somos devotos y cálidos. Sin embargo, cuando se dice que el mexicano no quiere divertirse, quiere sobrepasarse; que le gusta embriagarse en la diversión y el placer, que todo es festejo… debe movernos a la reflexión.
En la actualidad vivimos con temor, real o imaginario. Estamos sujetos a las circunstancias y enfocados a lo externo, no nos damos el suficiente tiempo para nosotros, para nuestro desarrollo.
Los adolecentes ven que lo que ocurre en las calles está entrando a sus casas. Los valores familiares escasean, la ética ya no es parte fundamental de la política, cada día hay más familias disfuncionales, la disciplina se ha convertido en algo accesorio. No nos saludamos, no conversamos, pero eso sí, todos chateamos. La sociedad y sus efectos son reflejo de nuestra convivencia. Cuando esta presenta inconsistencias, hay deterioro. Los conflictos sociales generan problemas políticos.
A pesar de la premura aún estamos a tiempo de recapacitar, de recuperarnos, de retomar el camino.
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