Las carencias de la abundancia

Comunidad menonita en México FOTO: WEB
- en Opinión

Fernando Padilla Farfán / Una pregunta que se repite con cierta frecuencia cuando se habla de crecimiento social, económico o político, es: ¿dónde estamos parados? ¿Qué tenemos que hacer para engrandecer a México? La realidad es que seguimos sin encontrarnos a nosotros mismos. Aunque parezca paradójico, las abundantes riquezas naturales con que aún cuenta México han sido una de las causas que no hayamos desplegado nuestra inventiva y esfuerzo como ha ocurrido con pobladores de otros lugares del mundo.

Lo anterior se puede apreciar en el siguiente ejemplo. En las zonas más áridas de nuestro país, donde la tierra por sí sola no tiene mucho que ofrecer, los pobladores las han hecho florecer con tecnologías o, incluso, con hábitos que se heredan de padres a hijos. El norte del país, donde la aridez es común, el esfuerzo por salir adelante es mayor.

Quienes conocen la historia de los Menonitas saben de lo que es capaz una sociedad organizada, con principios bien delineados y con mística de trabajo. Los Menonitas, un grupo religioso y étnico que tuvo su origen en 1525 en Zúrich, Suiza, cuya doctrina se basa en la Biblia como la palabra de Dios; en 1922 el gobierno de Álvaro Obregón les permitió que tres mil de ellos se instalaran en la parte más árida de Chihuahua; tierras que por su improductividad nadie reclamaba como suyas. Aparte que así se evitaron manifestaciones de inconformidad porque extranjeros se hicieran dueños de tierras mexicanas.

Con voluntad guerrera, los Menonitas enfrentaron exitosamente las condiciones adversas de su entorno natural. Trabajaron con disciplina y acuerdos solidarios al interior del no tan reducido grupo. Su filosofía en el modo de vida tenía varios ingredientes como por ejemplo: no usar vehículos de motor, nada de aparatos eléctricos ni distractores propios de las sociedades modernas, que torcieran la línea de progreso que se habían trazado. El progreso les llegó y ya llevan muchos años con el modelo original. Bueno, han hecho algunos cambios.

Al poco tiempo la aridez se transformó en verdor. Se convirtieron en importantes productores agrícolas.

La explicación pudiera ser simple: las carencias a las que se enfrenta una sociedad obligan a sus integrantes a desarrollar mejores inventivas; su imaginación y esfuerzo se convierten en sólidos detonantes para el desarrollo. En contraparte, no hay que pensar demasiado para saber qué es lo que pasa en las regiones donde la naturaleza es pródiga, con caudalosos ríos, nutridos arroyos y abundante flora. Estos lugares, en los que conseguir el alimento diario es una tarea relativamente sencilla, la pobreza es significativa. Paradójico, pero cierto.

Debido a lo anterior, el detonante para catapultar a una sociedad a su crecimiento no es solamente copiar lo que están haciendo las sociedades más adelantadas del planeta. En nada nos ha ayudado enviar a personal a ver el modelo japonés, israelita o chino. Lo que puedan observar no es suficiente. Lo que no se ve a simple vista es el compromiso social que en estos lugares existe.

La gente se involucra de tal manera en las tareas propias de una comunidad, que forman binomios con sus gobiernos derivando en mejor aprovechamiento de los recursos públicos. En la mayoría de los pueblos más desarrollados del mundo existen planeamientos a largo plazo. El mensaje es la responsabilidad mutua.

Por lo pronto, cuando el gobierno o las universidades manden a sus delegaciones a copiar qué hacen en otros lugares considerados como modelo de desarrollo, que estudien primero las convicciones de la gente, qué piensan, cuáles son sus ideales, principios morales y religiosos; y, fundamentalmente, sus objetivos.

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