Sergio González Levet / Si la generosa lectora y/o el sometido lector están conscientes de que deben seguir al pie de la letra todos los protocolos de prevención de la Covid-19, seguramente ya están preparados para pasar hoy una noche de paz, y sobre todo una jornada sin peligro de contagio del coronavirus.
Pero qué difícil ha sido que todos entiendan que estamos ante la peor pandemia de los últimos cien años, que corremos un peligro mortal, que ponemos también en un peligro mortal a nuestros prójimos si descuidamos las consideraciones necesarias para no contagiar.
Sí, se entiende que tantos meses de encierro y de limitaciones son para volver loco a cualquiera; que ya han anunciado las vacunas contra el virus maligno; que la economía personal ya no aguanta sin que trabajemos como antes.
Sin embargo, el bicho sigue ahí, y parece que se ha vuelto más contaminante que nunca. Las cifras oficiales nos dicen que en todo el país la pandemia ha subido, que los hospitales se están llenando de enfermos graves o sintomáticos, que las muertes aumentan de nivel y así como hemos llegado a los 120 mil mexicanos fallecidos, podemos vernos con cifras mayores, aterradoras, como ya lo son las actuales.
Sí se entiende también que tantos meses de encierro y aburrimiento hacen que el cuerpo pida un rato de alegría entre tanta congoja, y que las fiestas decembrinas son una costumbre y una tentación difíciles de vencer.
Pero hay que resguardarnos de nuevo, como si hubiera empezado apenas la pandemia. Y hay que hacerlo justo cuando estamos al borde del aguante, físico y emocional; al borde del colapso económico; al borde del abismo.
Es entonces cuando nos preguntamos de dónde vamos a sacar el ánimo y las fuerzas para seguir metidos en el hogar. Es ahí donde se explica por qué la gente ha salido a las calles como si ya se hubiera vencido a la enfermedad.
¡Es que no es para menos!
Y eso nos lo puede decir el ama de casa que ha tenido que soportar al inútil en la sala de su casa sin hacer nada o en la cocina echando a perder todo. También, el profesionista que lleva meses sin salir al trabajo, sin ir con los amigotes por un trago, sin ver a aquélla…
Y los hijos menores sin jugar futbol, sin respirar aire libre, sin correr desaforados en busca de la condición física y el sudor.
Y los adolescentes enterrados en su cuarto, peleando a pie firme con el coctel de hormonas que no pueden sacar del cuerpo, llenos de deseos que no pueden contener y tampoco sustraer.
Noche de paz, esta Navidad. Cena con la familia a la que hemos visto todos los días todo el día. Ayunos todos de la novedad de ver caras nuevas, oír comentarios distintos, reír a carcajadas sin ningún motivo.
Noche desperdiciada para la fiesta, pero ganada para la vida, porque quienes puedan seguir con la consigna de la salud verán que sus seres queridos no se contagiaron, ni están hospitalizados ni murieron como muchos lo están haciendo.
Noche de paz… y de supervivencia. Ojalá.
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