Sergio González Levet /
Pueblo sin Alameda. Pueblo de sol, reseco, brillante. Pilones de cantera, consumidos, en las plazas, en las esquinas. Pueblo cerrado. Pueblo de mujeres enlutadas. Pueblo solemne.
(Agustín Yáñez, Al filo del agua).
Pueblo con Plaza Américas. Pueblo de playa y sol, húmedo, claro. Pilones de gente, consumidora, en las plazas, en las esquinas. Pueblo comprado. Pueblo de mujeres enfiestadas. Pueblo avorazado. Pueblo sin protección.
(Nuestra realidad).
Es la época del dispendio y el derroche, tal vez ahora más que nunca, ante la amenaza sin par de una pandemia que nos llegó desde los cuatro vientos, que vino de China, de Europa, del norte, como todas las desgracias económicas, financieras, virulentas, pero ahora también asentada como nunca en nuestras propias latitudes.
Crisis de salud que tenemos que enfrentar entre todos y que ya no es solamente económica sino peor, de muerte de cientos de miles de mexicanos… porque no creyeron en la enfermedad, porque su gobierno no quiso creer en la amenaza.
Para poder seguir siendo país, sociedad, gobierno, hay que añadir la esperanza de un año más bonancible, gracias a las vacunas anunciadas, gracias a las reformas o a pesar de ellas.
Los buenos deseos: se acabará la Covid-19, culminarán las encerronas del pueblo, terminarán las exasperantes prevenciones de salud, seremos felices, no habrá cambios, sí habrá cambios, seremos más felices…
Pero acá: las colas en las cajas de los negocios que son de Carlos Slim y de algunos otros resultan inéditas, como si en lugar del cataclismo estuviéramos en la bonanza; como si el próximo aguinaldo que ya estamos gastando no tuviera que ser utilizado ahora sí, en serio, como la tabla de salvación para evitar el acoso de los bancos, la usura sin igual, la cobranza salvaje, el embargo, la pérdida de bienes; los réditos hasta la punta de la pirámide de la riqueza.
O los costos de la enfermedad.
Como si no pasara nada, como si no hubiera 118 mil mexicanos muertos, mucha gente se arremolina en las plazas con cierta ansiedad, con prisa por llevarse la prenda nueva, el accesorio de moda, el regalo para los seres cercanos en el afecto o en la nómina. Es que muchos piensan que será su última oportunidad de comprar en la vida, porque temen que lo que viene será la miseria inmisericorde, la misericordia miserable, la inconmensurable miserabilidad.
La enfermedad que no cesa.
Yo no sé cómo logran llegar entre tanto vehículo que impide el acceso, sin un lugar donde estacionarse, arremolinados ya desde la misma calle. Pero ahí están, en las tiendas, disputando al mejor postor la prenda moderna, el vestido sin igual, las miles de fruslerías que al parecer hacen apacible la vida.
Ahí los vemos: buen espectáculo el de los veracruzanos acá y los mexicanos en todo el país arremolinados ante los aparadores, dándole vuelo a la tarjeta de crédito, comprando ahora y pagando hasta marzo (cuando ya sólo podrán echar mano del Monte de Piedad, por piedad), gastando hasta lo que no tendrán nunca, porque pronto todo pasará al poder de los que lo tienen todo ya.
Pueblo con Plaza Américas. Pueblo con tarjeta de crédito; con un arma suicida. Pueblo de mujeres enlutadas…
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