Armando Ortiz / El dolor embarga a esta redacción al enterarnos de la muerte de Manuel Munguía Castillo, el último de los sabios de aquella entrañable “Sopa de letras” en la que participaron, entre otros, Arrigo Cohen, Pancho Liguori, Pedro Brull, Mario Méndez Acosta y Felipe San José. Entonces Manuel era muy joven. Ya en su segunda etapa, en el programa “Tierra Nuestra Veracruz”, que conducía el entrañable Jorge Saldaña, Manuel Munguía dejó fluir en “Sopa de letras”, ese caudal de sabiduría que no podía contener. Conocedor de la lengua náhuatl, del latín, del griego y sobre todo del español, no había frase, expresión o palabra que Manuel Munguía no conociera.
Recuerdo que un domingo caminando por los pasillos de Plaza Cristal recibí la llamada de una persona que decía llamarse Manuel Munguía. Manuel me dijo que Jorge Saldaña me quería entrevistar en su programa. Yo acababa de publicar el libro Letras Cautivas, por lo que pensé que sobre eso versaría la entrevista. Pero llegué y no hubo entrevista, y me invitaron a una segunda jornada y ahí me quedé, hasta que el programa fue cancelado.
Quiero presumirlo, Manuel y yo siempre mantuvimos un gran afecto; además de su gran sabiduría era un hombre muy amable, muy agradable. Fueron varias las noches de bohemia que compartimos, porque Manuel era un gran cantante; hubo una época en que no hacíamos fiesta si Manuel no iba a cantar. En la casa de Roberto Williams, con Esther Mandujano, que debe estar sufriéndolo, con Raúl Hernández Viveros, pasamos muchas noches de vino, libros y canciones
Un día don Alfonso Salces, director de Notiver, me pidió que lo pusiera en contacto con Manuel, pues lo había visto en “Sopa de Letras” y quería conocerlo. Se lo presenté. Manuel Munguía publicó sus décimas por varios años en Notiver; ahí se forjó una gran amistad entre dos grandes hombres; una amistad forjada en la experiencia y en el arte de la conversación.
A Manuel Munguía le tuve mucho aprecio y él también me lo tenía; no era mezquino al mostrar su cariño. Cómo no querer a un hombre que siempre se comportó con gran caballerosidad, con honorabilidad. Un día en su casa de Banderilla me mostró la foto de su hijo. Recuerdo esa foto del hijo fallecido, recuerdo el temor que tuve de preguntarle cómo murió, recuerdo el rostro de Manuel, por primera vez ensombrecido.
Hoy murió Manuel Munguía y el dolor me ha tomado por asalto, y ha tomado mi casa y se ha metido en sus habitaciones y se pasea por los patios de mi casa donde la niebla levanta bloques más sólidos que el mármol, y no tengo fuerzas para derribar esos bloques, y no tengo ánimo para echar el dolor de mi casa, de mi cuerpo, de mis recuerdos.
Me duele pensar que no voy a verlo otra vez, a él, que siempre tuvo un gesto amable, una palabra de consuelo, una palabra sabia; palabra que me nutría como un fruto nacido de la experiencia; palabra que me hizo entender que la sabiduría no estaba reñida con la bondad.
Hoy murió Manuel Munguía y me hubiera gustado que leyera lo que escribí de él. Pero un día de sol, iluminada la tarde, como su sonrisa bondadosa, voy a leer estas palabras enfrente de su tumba. Descansa en paz querido amigo.
Comentarios