Fernando Padilla Farfán / La tradición del correo en México data de muchos siglos. En forma primitiva, los mensajes a distancia habían sido enviados mediante el humo de las fogatas o la persecución de los teponaxtles.
Tanto aztecas como mayas, tarascos, mixtecos y zapotecos utilizaron el servicio de “postas”, o sea corredores de enormes distancias que portaban noticias o emblemas de acuerdo con el mensaje que debían transmitir. Por ejemplo, si se había perdido alguna batalla, los correos difundían la noticia llevando la melena suelta y enmarañada, y no dirigían la palabra a nadie hasta ver al emperador. Si, por el contrario, se trataba de notificar alguna victoria, el correo se ataba el pelo con una cinta roja y se ceñía el cuerpo con un lienzo de algodón.
Llevaba, además, un escudo y una espada en las manos y constantemente daba señales de júbilo y de alegría.
Para que las noticias llegaran más rápidamente, en los caminos reales del imperio azteca se levantaban unas torrecillas a unos 10 km. de distancia unas de otras, donde aguardaban mensajeros listos para relevar al mensajero de la noticia.
Así, de posta en posta y por relevos, las noticias viajaban con asombrosa rapidez. Mediante postas, a Moctezuma II le llegaba el pescado fresco en un solo día desde la costa, distante más de 300 km.
Durante la Colonia siguieron usándose los paynanis o corredores ligeros, a la vez de los de a caballo. Comenzaron, no obstante, los asaltos a los correos y abundaron las cédulas reales que ordenaban severas penas para los salteadores.
Felipe II otorgó merced a Martín de Olivares para ejercer de correo mayor en Nueva España, desde agosto de 1579. Las primeras oficinas postales se crearon en Veracruz, Puebla, Oaxaca, Querétaro y Guanajuato.
Con el tiempo, aumentó el número de “propios”, pero continuaba el monopolio del correo mayor. Pronto se añadió el servicio de estafetas, o correo especial y diplomático; surgieron oficinas postales en Aguascalientes, Celaya, Irapuato y otras poblaciones y desapareció el monopolio.
En 1763 llegó el “correo del mar” entre España y las colonias americanas; lo realizaba un bote especial que salía de la Coruña, en la Península Ibérica, y llegaba a la Habana, desde donde se repartía al resto del continente. En México, las oficinas del “correo del mar” estaban en Campeche y Veracruz, y una vez al mes salía la “balandra-correo” para enlazarse en Cuba.
La Guerra de Independencia interrumpió todas las comunicaciones, pero en 1813 se estableció un correo mensual para las provincias. En 1824, el manejo de la “renta de correos” fue concedido a la Secretaría de Hacienda, la cual lo reglamentaba mediante la colonial Ordenanza Real de Correos de 1794, con modificaciones sucesivas hasta que se decretó el sistema de “franqueo previo”.
La primera estampilla postal -que se emitió en agosto de 1856, con la efigie del cura Hidalgo-, tenía valores de medio real hasta ocho reales. Con ella, México ingresó en la era del correo moderno.
Durante el Segundo Imperio, se estableció el Servicio Postal Urbano con buzones a la moda y se adoptó el uso de sobres para cartas. El servicio de correspondencia abarcó impresos y folletos y, posteriormente, giros. La introducción del ferrocarril agilizó el reparto de la correspondencia y paulatinamente puso fin al servicio de postas.
En 1901, Don Porfirio, conocedor de la importancia de las comunicaciones ágiles y eficientes en un territorio tan vasto, encargó a Adamo Boari la construcción de un edificio digno de una tradición antiquísima. Y así, en el último sexenio que alcanzó a presidir, Don Porfirio inauguró el edificio de correos el Palacio Postal, como entonces se le llamaba. El arquitecto italiano tardó 5 años en levantar tan hermosa construcción de estilo incierto pero bello, que refleja la grandiosidad y el boato porfiriano. En ese tiempo, la eficiencia del correo mexicano era reconocida como excepcional en el extranjero.