Sergio González Levet / Dorita es luz que ilumina todo, pero que especialmente alumbra la sonrisa que por años ha permanecido en las cuatro bocas de sus luises.
Es fuerza y es amor: es esperanza y tenacidad.
Sale a la calle, al campo, y renace con ella el fulgor de las plantas y los animalitos.
Dorita es tan fragante y tan buena que si fuera rosal, las rosas no tendrían precio y se darían regaladas en todas las florerías.
También es constancia de ternura, de sacrificio, de entrega.
Porque nunca se cansa, y si se cansa, se recupera haciendo adobes, o adornos o alguna cosa especial para el hijo que lo necesita, para el esposo, que le agrade.
Sabe, por ejemplo, cuándo reír, cuándo bromear, cuando ponerse seria, y lo hace con una sonrisa que descorre todos los velos posibles de la oscuridad.
Para ella no hay recodos ni recovecos, todo es amplitud en el alma.
Dorita no se anda con remilgos: acurruca a su hombre y lo empolla hasta que él vuelve a ser fuerte y empeñoso, como siempre ha tenido que ser.
Nos recuerda probablemente a esas guerreras legendarias que vencían a los hombres con la fuerza de su convicción, con la certeza de su razón, con su pasión a flor de piel.
Y es que ella ha sabido preservar su esencia, sola en medio de cuatro machos jarochos, a los que convence ¿o domina? con una mirada fugaz, un gesto certero, una palabra justa y a tiempo, un grito tal vez, aunque no a menudo.
Dorita, ustedes lo aprecian, es mucho más de lo que parece y por eso sorprende con su inteligencia, la emocional y la otra, y con sus frases atinadas, precisas, perfectas.
Es, digámoslo con sus palabras, una mujer al uso que sabe su doctrina, una dama estoica, una reina sin reclamo.
Gracias a Dios, ha podido derramar sus dones y sus cuidados en sus hijos pequeños, en sus adolescentes errabundos, en sus adultos emergentes. De ahí que sean tan hombres de bien… y tan bien hechos.
Véanla bien: a primera vista no parece contener tanto ímpetu, pero es capaz de regresar un ciclón, de asustar al viento, de domar las olas. Para su estatura, es alta como las grandes cimas, como las imponentes montañas que tanto le gusta mirar… allá a lo lejos.
Dorita es todo eso y puede ser mucho más. Vaya, siempre ha podido ser lo que quiera: empecinada, decidida, irrefutable.
Y todo esto que pongo de Dorita lo he dicho en presente porque sé que ella sigue ahí, viva en el corazón de sus tres hijos tan amados, en el amor de su esposo que nunca la olvidará y que completará el ciclo hasta que la alcance y le diga, como tantas veces, lo hice bien, corazón.
Muchos afectos tienes, Luis Antonio, y más los que te arrimó tu querida esposa.
Ahí tienen tú y tus hijos otras razones para seguir viviendo con su recuerdo perenne, que los haga sonreír de nuevo, en medio de la pena inmensa.
Que descanse en paz. Que descansen en paz.