Como Raskólnikov, el personaje de Crimen y Castigo de Dostoievski, la magistra Sofía Martínez Huerta no pudo con el remordimiento de su imposición. Fue vergonzoso ver cómo una simple juez municipal se prestaba para llegar a la presidencia del Tribunal Superior de Justicia tan sólo dos meses después de ser nombrada magistrada. Antes de eso, la impuesta había sido secretaria de Juzgado, Juez Municipal de Primera Instancia, y en los últimos tres sexenios se desempeñó como secretaria de la Sala Civil del TSJE; es decir, sin méritos para aspirar a ser magistrada, sin méritos para llegar al TSJE.
Es por eso que quienes la impusieron esperaban que la señora trabajara para ellos. Pero Sofía Martínez Huerta se creyó que tenía méritos, se sintió la reina del Palacio de Hierro y empezó a poner a su propio personal, incluyendo parientes; y empezó a disponer del recurso, como si este le perteneciera.
Pero ya no puede con la presión la señora presidenta, ya no aguanta los reclamos de quienes la colocaron, de los trabajadores del Poder Judicial, de los medios de Comunicación, del propio gobernador, pero, sobre todo, como Raskólnikov, ya no puede con su propia consciencia y ha confiado a sus más allegados que después de presentar su primer y único informe como presidente del TSJE, entregará el puesto y se irá a llorar la derrota a su propio árbol triste.
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