Ortodoxo, dogmático, tozudo y terco, así se percibe al presidente de México. Siempre quiere tener la última palabra. Bien dice el proverbio oriental, que del corazón habla la boca. Y es que al Ejecutivo federal no le importa echar a la borda las lealtades de quien sea con tal de justificar sus yerros. La renuncia de Jaime Cárdenas, un hombre que le ha demostrado lealtad durante muchos años, al grado de que fue su representante legal en su campaña presidencial, le molestó mucho al presidente, al grado de tildarlo de miedoso, ya que, según el propio López Obrador, a Jaime Cárdenas le faltó temple y tuvo miedo.
El presidente no pudo guardar sabio silencio, le ganó la víscera y sacó lo que tenía en el fondo de su corazón. El mismo Cárdenas ha señalado que seguramente esperaban una lealtad ciega de parte suya, sin embargo, él estaba dispuesto a dar una lealtad reflexiva, algo que no es aceptable en la Cuarta Transformación obradorista. O todo o nada.
Y es que, cuando algo no va de acuerdo a lo que dice el presidente, el mismo Ejecutivo federal rápidamente fustiga y la agarra contra funcionarios o instituciones, como ahora cuando señala que, si la Suprema Corte no da entrada al juicio contra expresidentes, se procederá a investigar a sus miembros. Lo cierto es que esas actitudes dictatoriales no contribuyen a una verdear democracia.
Comentarios