El presidente López Obrador está perdiendo el punch, el toque, su carisma. En otras épocas una palabra suya significaba una orden que había que obedecer a toda costa. Pidió que se votara por los candidatos de Morena, sin siquiera pensar en quien se votaba, y ahí están las consecuencias. Gobernadores, senadores, diputados y alcaldes ineficaces, estultos, corruptos y deshonestos. Quizá de esos se dio cuenta ya el electorado; quizá se dio cuenta también de las obsesiones del presidente, de sus medias verdades, de su incongruencia y, después de los videos de Pío López Obrador, de su deshonestidad.
Quizá por ello de los 30 millones que votaron por él, sólo una décima parte compró un cachito para la rifa del avión presidencial; menos de esos tres millones que compraron un cachito, firmaron la propuesta de enjuiciar a los expresidentes. Antes eso, el presidente tuvo que salir al quite.
Para que la rifa no fuese un fiasco (que finalmente lo fue) el mismo gobierno tuvo que comprar cachitos para regalarlos. Ante la falta de firmas para enjuiciar a los presidentes, López Obrador tuvo que mandar una propuesta al Senado para la consulta de enjuiciar a los expresidentes. Finalmente, el punch político del presidente, está a la baja.
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