En el año 2011, una vez enterado de la muerte del periodista de Notiver, Milo Vela, el escritor y periodista Armando Ortiz escribió el siguiente texto, en donde expresa la frustración que causa la muerte de un compañero periodista. Ante la muerte de Julio Valdivia, resulta pertinente la lectura de ese documento que está por cumplir 10 años de ser escrito y a pesar de ello las muertes de periodistas se siguen dando en el estado de Veracruz; muertes de compañeros que no han recibido justicia.
Carta de un periodista con miedo
A Milo Vela, a su esposa e hijo. In memoriam
A la ciudadanía:
Estimados conciudadanos, en la semana me enteré de la muerte de otro periodista, de la muerte de su esposa y de su hijo también periodista. Me enteré además de la inmediata disposición del gobierno porque este crimen no quede impune y se investigue “hasta sus últimas consecuencias”. Estas frases se dijeron para darnos, a los periodistas, un poco de consuelo. Tal vez no debería ser tan mal agradecido, pero el día que me maten, que maten a mi esposa y a mi hijo, me da lo mismo si el crimen queda impune o si se investiga hasta sus últimas consecuencias.
Debo confesar que tengo miedo, tengo mucho miedo y es que no comprendo por qué se mata a una persona por ejercer su oficio. Nadie mata a un panadero por hacer pasteles, ni a un zapatero por fabricar zapatos; nadie mata a un granjero por cosechar verduras para nosotros y no mueren los doctores por aliviarnos un dolor. Entonces, ¿por qué matar a un periodista que dice la verdad, su verdad? Qué hace un periodista sino transmitir a los demás esa parte de la realidad que le toca contemplar.
Tengo miedo y mi miedo no se queda sólo conmigo. ¿Cómo se puede estar tranquilo en un país dónde ejercer el oficio que nos da de comer para vivir, también nos puede aniquilar?
No quiero justicia después de mi muerte, quiero seguridad mientras esté vivo. Quiero que mis hijos puedan llegar a ser padres y sus hijos puedan darme bisnietos. Quiero mirar la realidad y poder enunciar lo que veo sin ese temor que se me asienta en el cuerpo. Quiero salir a la calle sin el miedo que me provoca el malestar y el odio de alguien que no comprende que si denuncio su crimen, eso no me hace culpable de su crimen. Quiero ejercer mi oficio, servir al ciudadano denunciando la corrupción del servidor público que se sirve de su puesto para enriquecerse y enriquecer a los suyos y para eso quiero del gobierno garantías; las misma que se otorgan a cualquier trabajador honrado. Quiero decirles con confianza a mi esposa y a mis hijos que si salgo a trabajar, primero Dios regresaré.
Tengo miedo de que los hombres estén por encima de Dios; tengo miedo y ya no me asomo ni por la ventana. Tengo miedo de que me venden los ojos, de que me tapen la boca, de que me aten las manos; tengo miedo de los malos gobernantes y de los buenos delincuentes. Tengo miedo de que este miedo se contagie como gangrena a mi esposa y a mis hijos. Tengo miedo de la indolencia, tengo miedo de la apatía, tengo miedo de la sinrazón. Tengo miedo de la estulticia y del rencor, tengo miedo del miedo de los otros a ser descubiertos, tengo miedo del amor al dinero que corrompe hasta a los honestos, tengo miedo de las personas que sostienen que aquí no pasa nada. Tengo miedo de que en realidad no pase nada. Tengo miedo de la impunidad, ese caballo desbocado, el quinto jinete de este Apocalipsis social, que se lleva entre las patas a gente como mis hermanos periodistas.
Tengo miedo, lo confieso y si me quieren llamar cobarde no los culpo. Tengo miedo y si piensan que uno se anda buscando la muerte por hacer denuncias, entiendan: uno sale a la calle a ejercer su oficio y se encuentra con que en este país la justicia tiene un precio, la corrupción un rostro y el delincuente es autoridad y la autoridad es delincuente; y si lo sé y no lo denuncio, ¿no soy también yo un delincuente?
Por eso, no quiero que lleven flores a mi tumba, sólo quiero vivir sin miedo.
Atentamente:
Un periodista con miedo
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